Había un escritor norteamericano que estaba cansado de la literatura y cansado, sobre todo, de sí mismo. Se refugió en una casa de campo, solitaria, "con el deseo en el alma de no pensar". No tenía televisión ni leía periódicos. Pasaba largos ratos frente a la radio, cambiando de emisora; de vez en cuando escuchaba las noticias locales, pero procuraba no prestarles atención y sintonizar en seguida un programa musical. Por la noche, a pesar de su propósito de evitar el pensamiento, se le ocurrían ideas absurdas mientras oía la música y entonces se llamaba a sí mismo estúpido. Pudo transcurrir mucho tiempo de esta forma. Pero un día el escritor hojeó un libro, leyó unas líneas, siguió leyendo con emoción insólita y de pronto todo cambió. Fue, nos dice, como el enamoramiento de un hombre de mediana edad, algo desde luego notable, pero quizá también, no lo negaba, un poco ridículo. Y empezó a comportarse con el entusiasmo olvidado de la adolescencia: en la pared del dormitorio clavó con chinchetas un retrato del autor del libro que tanto le había conmovido; entraba en el sueño releyendo sus páginas y, cuando algún negro viento nocturno le aceleraba el pulso o se le detenía, se acordaba de la existencia del libro y recobraba el bienestar; y por las mañanas paseaba hasta la orilla del río con el volumen en la mano, se sentaba frente a las montañas y observaba meticulosamente la realidad en torno con la extrañeza permanente de que unos versos, que ni siquiera leía en su idioma original, le hubieran desvelado, como en la niñez, la transparencia del mundo y su infinito asombro. Al escritor le hubiera gustado manifestar su agradecimiento al poeta que le había devuelto, entre otros dones perdidos, el placer de leer, pero el poeta había cerca de cincuenta años que había fallecido y, "por lo que sabemos de la muerte", no hay comunicación posible con la otra orilla. Así que su gratitud adquirió, a su vez, la forma vicaria de un poema que tituló Radio Waves. El escritor americano se llamaba Raymond Carver. El poeta extranjero, cuyo retrato puso Carver en la pared de su dormitorio, Antonio Machado.José María Conget, Agradecimiento (publicado en el libro Una cita con Borges, Editorial Renacimiento, 2000).
7/6/07
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10 comentarios:
Ayer precisamente traía La Nueva España un artículo de García Martín sobre Conget. Nada he leído de él. Pero tu entrada y la reseña cuyo enlace te acompaño han despertado mi curiosidad.
http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pNumEjemplar=1662&pIdSeccion=66&pIdNoticia=528273
Un saludo
El párrafo no tiene desperdicio.
A mí también me has despertado la curiosidad. Justo ayer estuve hojeando el libro de Pont del Alma de Pre-Textos que acaba de salir. Este hobby-obsesión que tengo por los libros sobre ciudades no debe de ser muy sano...
Muy bueno el fragmento. Es cierto que a veces nos pasa como a Carver en el texto de Conget: pasamos tiempo apartados de la lectura, o dando palos de ciego entre líneas poco brillantes, hasta que damos con un Machado, y es como descubrir el placer por primera vez.
El año pasado leí una novela de Conget: Bar de anarquistas. Vale la pena, una narración múltiple, como vidas cruzadas en una ciudad mediana. Me gustó. Salud
La verdad es que, con no poca elegancia y me temo que con razón, García Martín no deja en buen lugar al libro que acaba sacar Pre-textos, de este autor, sobre París.
tengo dos libros que saqué de la biblioteca hará unos día de Conget. Un artículo bendiciéndolo de Bonilla me hizo curiosear en los libros de un autor que no conocía. Y... sí, este párrafo no tiene desperdicio, y lo que cuenta impresiona y lo cuenta muy bien pero quitando un fragmento aquí y otro allá tampoco me parece que Conget me haya abducido con su prosa.
"Bar de anarquistas"; que yo tomo por una recopilación de cuentos, para mi gusto un poco demasiado borgianos, con esos temas tan conocidos pasados por el filtro de cada uno, y que entretienen a veces, como si nos contaran algunas anécdotas al final de una cena.
"Una cita con Borges"; son artículos/relatos en los que tampoco encontré mucho jugo. Literatura de literatura un poco aburrida...
Nada, que no he conectado con Conget; lo siento, porque no sobran autores españoles vivos que le hagan tilín a uno. Habrá que encogerse barojianamente de hombros y salir a dar una vuelta, de paso que dejo en la biblioteca estos ejemplares.
Pero, amigos; os anuncio que ya me hizo con dos joyas literarias. Una; el llamado folletín de Antonio Castellote (un buenísimo escritor en la sombra, por ahora>), "Fabricación británica", que tuvo la amabilidad de enviarme y que se vende en la librería Avinareta, y el otro es Zeppelin, de Jose Manuel Martín Peña, nuestro Luz tenue, y que ya comentaré; por ahora, haceros con él porque es muy bueno. Es el nacimiento de un gran escritor. Algún día esa 1ª edición de pre-textos valdrá su pasta.
Un saludo a todos.
Pues sí, eran cuentos, ya ves la huella que me dejó el libro, recordaba que me había gustado y le dí una unidad que no tenía. En fin, me pasa tantas veces que ya ni me sorprendo, debe de ser alzheimer prematuro, o que de tanto leer en portugués se me secan los miolos, como dicen por aquí. Salud...
Enhorabuena por tu blog, que he descubierto recientemente. Estoy disfrutando mucho con lo que has escrito.
Los miolos, como sabes, Azófar, también se dice por aquí. No está mal la palabra. Como decían en una popular serie de la gallega (surrealista con algunos hervores de menos);
-Ti non tes miolos, miñoca...
Mariana, gracias. Estás en tu casa.
Chau.
Manda carallo. En mi vida...
¿Qué? mISTERIOSO eres... Porto.
Un saludo, y bienvenido siempre. Ojalá que todo vaya bien.
No, lo de "en mi vida" pretendía ser la transcripción de esa expresión tan común: Na miña vida!. Expresión que, como todas (sobre todo en mi ciudad), se ha castellanizado también. Y no tiene final, es sólo así: ¡En mi vida...!
Un abrazo, y gracias.
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