Es decir, limpio, claro, sin adornos ni añadidos.
Se me hace difícil escribir sobre su libro porque siento muy cercano al autor. Llevo leyendo cada día sus frases desde hace tiempo en su blog y eso hace que uno añada al libro todo lo que sabe del mundo íntimo/literario del autor. Yo veo este libro como el estreno de un gran escritor. Primero porque confío en el talento de este tipo; y segundo, porque sospecho que el libro es el primer paso de algo más que una afición, y no el simple cumplimiento de uno de los mandatos vitales de la trilogía que forman tener un hijo, escribir un libro y comprar un piso (antes era lo del árbol). Algún día los libreros de viejo cobrarán un riñón por esta primera edición.
Así que el libro es como la nariz del autor asomando por detrás de una puerta, y menuda nariz. Los hay que salen a escena enseñando lorzas y simulando la danza del vientre sobre la barra de un pub, y después está la otra literatura, en la que el autor no sale como un puñetero modelo de versace citando a Baudrillard, sino que escribe sus cosas, después de sentirlas, que por eso las escribe, porque las siente, y las escribe sin poses ni disfraces, y como decía Azorín, tirando si hace falta el carro por el pedregal. Me gusta de J.M. Martín Peña varias cosas, además de su prosa y esa sensibilidad a través de la que filtra el mundo, pero destaco su relación con los objetos, que a mi me asombra.
Los objetos, un tanto a la manera ramoniana, aunque más oscura, cobran vida, o parecen cobrar vida, como esos juguetes infantiles que se hacen los muertos para todos y abren un ojo cuando no hay nadie. Son impresiones fugaces, de segundos, la que nos da, a la manera de esos misteriosos movimientos que detectamos a veces por el rabillo del ojo, como sombras que pasan a nuestro lado y que no solo ven los borrachos o los seguidores de Iker Jiménez. Los objetos, muertos, testigos de las jodiendas de la vida, no se pueden contener y de repente se espabilan:
"Las tardes de los miércoles yo la acompañaba, íbamos cada uno con una enorme caja de cartón al hombro en la portábamos los cepillos. Recuerdo que pesaba mucho y sonaba como si dentro lleváramos animales que rascaran el cartón."
Es un libro en pasado. La infancia, la juventud de unos personajes que nunca están donde quieren estar, con un fondo de rabia que asoma a veces, casi una mala hostia que algún ectoplasma universitario con cátedra remitiría inmediatamente a resentimiento de clase, pero dejémonos de leches; es otra reconcomio, que va y viene por otras sendas, y que arranca desde el hígado, y cada hígado es un mundo.
"Yo también había cambiado. Pero a mí me consumía la impaciencia. Sentía unas ganas tremendas de golpearme contra algo. Había un rencor sordo en mis pasos. Soñaba con un cronómetro. Pero volví al redil, con mis amigos. Al Zeppelin."
Pues eso, pequeños fragmentos de vidas bosquejados por una mano paciente y de la que esperamos mucho. Este libro es un anticipo. Ya solo le faltan unos dibujos de Ricardo Baroja o alguno así para que la joya enamorase a los analfabetos sensibles.
Aquí queda hecha esta recomendación, que vale mucho la pena, aunque se me hiciera corto. Quiere uno seguir viviendo en esa infancia, la que cuenta, que es un poco la nuestra, la de todos.
Para acabar no me abstengo de emitir un deseo. A veces soy una máquina de expeler deseos, sobre todo ante la belleza, ya sea esta en forma de libro o moza. Mi deseo es este; que haga lo que salga de los nenúfares (literariamente hablando), y que llegado el caso, por falta de tiempo o por lo que sea, que contrate un negro (si encuentra uno que no se quede por debajo de sus talones) y que lo ponga a escribir día y noche, en el desván o en el sótano, para que encuentre la concentración necesaria. Que no tenga piedad de su negro, o negros, de tener varios, véase el caso César Vidal, que los explote sin ningún remordimiento pues somos algunos los que ya esperamos el próximo libro.
Y sin otro particular corto y cierro.
Aquí queda hecha esta recomendación, que vale mucho la pena, aunque se me hiciera corto. Quiere uno seguir viviendo en esa infancia, la que cuenta, que es un poco la nuestra, la de todos.
Para acabar no me abstengo de emitir un deseo. A veces soy una máquina de expeler deseos, sobre todo ante la belleza, ya sea esta en forma de libro o moza. Mi deseo es este; que haga lo que salga de los nenúfares (literariamente hablando), y que llegado el caso, por falta de tiempo o por lo que sea, que contrate un negro (si encuentra uno que no se quede por debajo de sus talones) y que lo ponga a escribir día y noche, en el desván o en el sótano, para que encuentre la concentración necesaria. Que no tenga piedad de su negro, o negros, de tener varios, véase el caso César Vidal, que los explote sin ningún remordimiento pues somos algunos los que ya esperamos el próximo libro.
Y sin otro particular corto y cierro.
6 comentarios:
Estupenda entrada. En todo de acuerdo. Sí, los objetos cobran vida, como en los grandes descritores. Pero además hay una narración, un mundo, un estilo lleno de recuerdos y emociones apenas sugeridas pero sí, muy hondas.
Yo no sé. Quizás sea el trabajo de perfilar una prosa así durante años, a la sombra, con el trabajo oscuro del desconocido, lo único que puede producir un estilo tan cargado de sentimientos y vivencias.
Yo sigo un poco escaldado por el tamaño. Necesitamos más... Pero, bueno, no metamos prisas.
Sí, no metamos prisas, por supuesto. Esto no es una olimpiada.
Lo ánimo a seguir.
Ah, que se me había olvidado decirte que la racha de premios de Luz Tenue continúa: http://www.hoy.es/prensa/20070504/caceres/nombres-prestigio-brillo-gala_20070504.html
Me quedo con las ganas de leer ese cuento; "Parejas".
Que siga la racha... Lo que tú dices, al final se acaban recogiendo los frutos de ese trabajo...
La historia apasionante de Benitiño la tienes en masmar.com, aunque también hay otras cosas interesantes en el Espasa y en la wikipedia. Yo tengo el libro de Castroviejo, que es excelente.
Un saludo, E.
Gracias, don Erasmo. El libro de Castroviejo a ver si lo consigo en la biblioteca.
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