Ha muerto Salinger. Ayer, 29 de enero. No se habla de otra cosa en el planeta Blog. Ya sabemos todos quién era Salinger. Veamos; ahora saldrán los justos a decirnos qué lugar ocupa su culo en la literatura norteamericana. Da igual, hombre; que si menos es menos, o si más es más, o si más es menos. Qué justos se creen siempre los justos. Ego te absolvo. Podría decir eso de que os cambio una página de Salinger por todos vuestros Pynchons. Sinceramente, injustamente.
Una de las cosas más curiosas del caso Salinger es que sobrevivió literariamente al éxito de su libro. Es decir; a pesar de haber escrito uno de los libros más vendidos de la literatura mundial, no vio mermada su reputación literaria. Suele pasar lo contrario. Salinger es un nombre con futuro. Seguiremos leyéndolo dentro de cien años. Tendremos que comprarnos otros ejemplares de sus "Nueve cuentos" porque ya se lo habrán comido los ratones.
Tenía 90 años. No está mal. No tengo ni idea si fue feliz. O más bien, no tengo ni idea si no fue muy infeliz, es decir, la no infelicidad, que es lo que entiendo por felicidad. No sé si se masturbaba viendo el programa de Oprah. ¿Bebía pis? Gran pregunta. La eterna gran pregunta de una vida.
A pesar de las historias sobre su vida la impresión es que el tipo llevó una vida que no estaba del todo mal. Hizo lo que quiso. Estaba en una situación de superioridad. Millonario y con prestigio no le debía nada a nadie. Ya no tenía que demostrar nada. Nos pasamos la vida demostrando algo. Los locos serán los que ya pueden seguir demostrando nada. O no quieren. Están hasta los huevos.
Salinger: una cabaña en el quinto pino y encerrado con sus juguetes. Su hija le llevaba la comida. Parece un cuento infantil. Él podía ser el ogro que a pesar de la mirada de loco tiene su sensibilidad y su corazoncito. Podía ser el cuento del gigante… no sé qué, un cuento infantil de Oscar Wilde. Expulsa a los niños de su huerta pero después los echa de menos. Salinger no echaba de menos a nadie que no fuera él. Digo yo. Se echaba de menos a sí mismo. A la criatura que fue. Al verse la napia en el espejo debía horrorizarse cada mañana. Todos éramos tan guapos de niños.
Sin entrevistas, sin necesidad del publicar, sin tener que leer las críticas a sus cosas. No puedo imaginar vida más satisfactoria para un escritor.
Hace un año y pico leí el libro de su hija, Margaret Salinger. En teoría es un libro sobre el padre, pero en la práctica es un libro sobre ella, la hija. Soy la hija de Salinger, soy un caso clínico. No me interesa. Recuerdo un libro bastante horrible. Mal escrito, académico en el peor sentido de la palabra. Lo que más me llamó la atención fue un comentario de esta mujer sobre las conversaciones que mantenía con su padre cuando era niña. Decía algo así como que hablaba con los niños no como un adulto, adoptando el papel normal del adulto, sino como un igual. Conseguía hablar realmente con un niño. Casi siempre me acuerdo de esto cuando hablo con mi hija. Entonces, aparte de ordenarle algo, que es en lo que se cae irremediablemente cuando uno es padre (lávate los dientes y las orejas…), consigo meterme en ese mundo un tanto absurdo del niño pre-lógico. Consigo que las conversaciones sean conversaciones, aunque desde fuera puedan parecer diálogos un tanto delirantes. Pero tienen un sentido. O no lo tienen, no nos hace falta.
Me parece que esa fue la mayor aportación literaria de este autor. Su gran mérito, su huella. Introducir de forma un tanto subterránea jirones de ese planeta pre-lógico que él no había olvidado del todo en el mundo adulto. Sin ser naif, o surrealista.
1 comentario:
Buenas.
Un aire de síndrome de Peter Pan, o algo así. Se hace extraño, esa parte oculta de la historia, esa corriente prelógica. Me gusta.
[Murió el 27]
Publicar un comentario