12/8/08

Un paseo por Ciudad Catedral

En verano (sobre todo en agosto) se va todo el mundo, o casi. Ciudad Catedral se convierte en otra. No cambia el escenario, pero cambian muchos de sus actores y casi no la reconocemos. Las calles quedan para los turistas, peregrinos o no, aunque también para los nativos que sacan a pasear a sus criaturas por la tarde y para los camareros de pantalón negro y camisa blanca que hacen tiempo antes de entrar otra vez en el chiringuito que atienden. Fuman y están muy blancos, más que la camisa que tiene el tono amarillo de muchos lavados. La gente se arrima a las paredes; temen que el sol, todo él, les caiga encima, y los soportales son pasillos con sombra por el que apenas se puede pasar de lo concurridos. Se instalan allí músicos callejeros (muy morenos, con las barbas descoloridas y largas) y algún que otro borracho de cartón de vino, sonriente; se sientan en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Los peregrinos, confusos ante los escaparates se apelotonan sin saber qué hacer, como pasmados por algo. También los cochecitos de los niños atascan el paseo por estos soportales y uno a estas horas ha de echarse al sol y sudar esa grasa que se ha ido instalando alrededor de las costillas y en el abdomen a lo largo del invierno. Grasa que no parece grasa, todo hay que decirlo, pero que ahora sobra, como sobraría un jersey de lana. Tiende uno a pensar que toda grasa se convertiría en puro músculo sólo de hacer unos abdominales. Es en las terrazas, donde tanto se abusa de las frituras que acompañan a las cervezas (como la rémora acompaña al tiburón), cuando esa capa protectora se hace poderosa y gran ejemplo también, cómo no, de buen vivir. O de mucho papar ordenador, que de todo hay.

Llegan las terrazas a la mitad de la calle con sillas de aluminio y cuando pasa una furgoneta de reparto o del ayuntamiento alguno, repantingado, aparta los pies con pereza mirando de reojo la rueda y su sandalia, calculando. Se oyen carcajadas y voces liadas, enmarañadas, un rumor alegre, y muchas rodillas a la vista, unas huesudas, blancas, con pelos negros poco finos, y otras morenas y suaves, saliendo por debajo de un vestido claro.

Yo camino y les voy echando la bendición (laica, que no tengo ni ganas ni preparación para echar la otra), mentalmente, y pienso; hijos míos, comed y bebed, y sobre todo charlar, relacionaos, que no se diga que hemos pasado por esta vida sin saber nada unos de otros, como fieras salvajes que apenas se miran de reojo. Si no os entendéis usad las manos, como los sordos y los italianos. ¿Qué cosa que valga la pena realmente no se podrá decir con las manos?

Sudan los sobaquillos, y los pasos suenan lentos sobre la arena. Algunos se tiran en el césped de la alameda a fumar porros y a dormir con la boca abierta. Esperan que llegue la noche. Hay unas negras bellísimas acostadas y con las piernas muy largas. Son muy negras, y las plantas de los pies están desteñidas, un poco rosadas. Vemos alemanes rojos como camarones, o como langostinos, más amplios, arrastrándose y levantando mucho polvo; miran al infinito desde esa altura que dios les dio y parecen zombis disgustados por algo.

Un coche de policía, y una nube de polvo detrás, y un gordo enorme con un chorrete de sudor cayendo patilla abajo y comiendo un helado. Es un helado diminuto, o lo parece, como si se chupara el meñique. Después una señora que me saluda y no conozco de nada, y le sonrío, por loca. Se me queda mirando un poco embobada; ¿Seré ese novio que perdió en la guerra de Cuba? Compruebo que no era a mí a quién hablaba, porque aparece otra señora que estaba detrás y sigo mi camino, o sigo a mis piernas, que van a lo suyo.

Sí, la ciudad es otra, aunque siempre es otra, como ese río de Heráclito, que siendo el mismo nunca lo es. Sólo veo desconocidos, que vienen aquí buscando algo, o escapando de algo, o ambas cosas.

6 comentarios:

la luz tenue dijo...

Cambian todos los actores en todas las ciudades, y el río de Heráclito sigue siendo el mismo, pero es como si se quedase un poco quieto, esperando la vuelta de los que están fuera.
Un saludo.

conde-duque dijo...

Genial. Me ha encantado. Desde aquí una ovación sudorosa y festiva.
Para mí este texto está desde ya en el top ten.
Un saludo.

Mabalot dijo...

Es como si los inquilinos de una casa se fueran y entraran (un poco a hurtadillas) unos extraños que lo van mirando todo con los ojos muy abiertos. Yo me siento uno de esos extraños, siempre. Por eso me gusta vivir aquí.

Un placer teneros aquí. Un saludo.

rositaduran dijo...

Me encanta tu forma de escribir, mabalot. Saludos desde la lluviosa Manchester

Mabalot dijo...

Gracias, amiga androide. Aquí también tenemos un verano sin verano; el sol de este texto es el único que vimos aquí.

En serio; hasta echo de menos no poder dormir por el calor.

Portarosa dijo...

También a mí me ha gustado mucho. Yo he sido uno de ésos, hace un par de semanas; y además en domingo...

Un abrazo.