12/7/07

Los trastos del desván

Sin duda hay un desván en la memoria donde se almacenan los trastos. En el piso principal están los recuerdos importantes, los días señalados, lo inolvidable. Es ese desván donde se juntan cosas que no sabemos muy bien qué hacen ahí, guardadas. ¿Y esto para qué vale? Todo está lleno de polvo y porquerías. No es el subconsciente, que si existió ahora ya no existe; el subconsciente podría haber sido la cuadra, en la que caían las cacas humanas desde arriba a través de un agujero de madera en el piso de arriba. Ahora, con el váter y la cisterna, el subconsciente es prehistoria.

Algunos teóricos sostienen que la memoria está compartimentada, como en termos de café. La memoria desván, o de cochambres, tendría forma de cenicero y apenas guarda nada aunque a veces algunas cenizas se pegan a la chapa del cinzano y se quedan ahí para siempre.
Pero yo venía aquí a hablar del desván. A veces alguien nos baja algo del desván y tropezamos con eso en la cocina mientras nos preparamos el café, o se aparece justo delante de nuestras narices al despertarnos, sobre los libros de la mesilla. Son cosas sacadas de su contexto, como fantasmas de desconocidos, que no se sabe qué hacen aquí, y que tenemos que ver con ellos. Son chorradas que no hemos olvidado sabe dios por qué. Desempolvo tres, hoy, cuyo recuerdo es un gasto de termo, o cenicero, sin mucho sentido (Son cosas de hace bastantes años):

1.- Voy al médico. No es nada grave, un análisis, una prueba, no recuerdo exactamente. Es temprano. De frente, en la calle del Ambulatorio, veo venir un señor de unos cuarenta y tantos, balanceándose como un barco a la deriva. Está borracho, tras una larga noche de juerga, intuyo. Perdón, ¿tienes un cigarro?... me dice. Le digo que no. Se para, me mira con infinita cara de pena y suelta; Soy un divorciado...

2.-
Mi madre trabajó en un hospital, y en las comidas nos contaba casos que vivía cada día allí. Casos penosos en su mayoría, incompatibles casi siempre con la degustación de lo que teníamos en el plato. De tantas y tantas historias sólo me viene a la cabeza a veces un momento de un caso que ya no recuerdo con detalle; sólo que era un tipo joven, con una enfermedad muy grave, que trae libros a su habitación, para hacer más llevadera la estancia en el hospital. El médico le dice; X, no traigas mucho... Se refería el médico a que no iba a darle tiempo a leer tanto.

3.- Otra vez en la calle. Tengo mucha prisa. No llevo reloj y los móviles no estaban inventados o yo no tenía. Voy a coger un tren o un autobús. Sin fijarme pregunto la hora a una que se cruza conmigo. Es joven. Perdón, ¿tienes hora?... Me dice: Sí, y se me queda mirando fijamente. Tardo unos segundos en reaccionar. Y, ¿me la puedes decir?... Vuelve a decirme quey se queda mirando. Estamos frente a frente; ¿Qué hora es? Por favor... Y por fin, acercando mucho la muñeca con el reloj a los ojos me dice la hora. Me fijo, es retrasada. Le doy las gracias.

(Algo parecido, aunque eso es "cultural", y que no acabo de comprender, me pasó en Japón: cuando preguntas la hora la frase correcta es esta; ¿Qué hora es ahora? (Ima nanji desuka). Sin el ahora la frase no se entiende, es incompleta. Le pregunté a una japonesa; Nanji desuka (¿Qué hora es?) y se me quedó mirando con cara de póker, hasta que añadí ima (ahora). Uno ha de especificar que quiere saber qué hora es ahora.)

5 comentarios:

Sebastián Puig dijo...

Qué gusto da siempre leerte, amigo. Yo también ando trasteando últimamente en el diván de mi memoria, en este caso musical.

francisco aranguren dijo...

Son recuerdos desagradables. El encuentro con el divorciado es asustante. El encuentro con la chica cortante. Comer escuchando historias de enfermos es desagradable. Son recuerdos "cargados" y por tanto pegajosos, porque al recordar se revive la sensación, que es lo que ha quedado grabado.

conde-duque dijo...

Yo no creo que sean recuerdos desagradables. Pegajosos sí, como un chicle que se estira desde el cerebro y se pega en la realidad. Son como trozos de sueños trasplantados a la vida, pasajes de un guión de Buñuel, esas cosas que hacen que la vida sea sueño y los sueños sueños son. Pues no. Nunca sé muy bien donde acaba la realidad.
Veo que no soy el único que le pregunta la hora a mudos, sordos o retrasados... Lo mío es preocupante. Me ha pasado un huevo de veces. Creo que se organizan y se ponen de acuerdo para reírse de mí. Quizás me pasa porque nunca llevo reloj: siempre mirando de reojo los relojes ajenos, buscando con la mirada termómetros grandes con hora o descolgando los teléfonos de las cabinas para ver la hora. (Ahora mi móvil cumple esa -casi única- función).

Mabalot dijo...

¡Las cabinas!Tú también. Mirando los relojes ajenos mientras le miran a uno con cara rara, y al final se acaba preguntando la hora para que no se crean que queremos otra cosa. Yo creo que al levantar el teléfono de las cabinas más de uno me tomó por un arrastrado que va buscando duros olvidados, de aquella eran duros.

Son recuerdos extraños; extraños porque no los olvidé, siendo tan oca cosa.

Un saludo a los tres.

Portarosa dijo...

Qué bien contado todo, Maba.