14/6/07

Retratos (1)

Es muy moreno, de piel y de pelo, que siempre lleva peinado para atrás y mojado. Tiene una nariz gorda, que parece que suena si se aprieta, aunque no lo hacemos porque nos daría mucho asco. De esa nariz salen unos pelos también muy morenos, que no peina, y crecen libres apuntando al suelo. Los labios gruesos, carnosos, besucones, y cuando abre la boca, como si se abriera el telón vemos unos dientes descomunales como columnas, de largos y torcidos, dejando una rendija triangular en el centro de los incisivos que casi nos permite ver la campanilla de la garganta, y a través de la cual podría meter una pajita para beber si quisiera. Porta unas gafas cuadradas y de alambre negro, que siempre se le caen y sube con el dedo corazón, como si nos estuviese diciendo; monta aquí y pedalea. Ya tiene cuarenta y tantos, siempre dice cariño a todas las mujeres, da igual sino las ha visto en su vida, y tiene cierto aire mimosón con ellas que pone de los nervios a cualquier persona que haya tenido una mala noche, y hasta a algunos que hayan dormido bien. Gasta bromas por teléfono que no tienen ninguna gracia y se ríe moviéndose mucho, doblando el espinazo si está de pie y temblando de rodillas para arriba, aunque apenas hace ruido ni carcajea con escándalo. Cuando lee algo, un papel, parece un pobre desvalido cerebral, lo hace con mucha atención, poniendo los cinco sentidos en las letras y dudamos entre interesarnos por el asunto que le tiene tan concentrado, pues da pena verlo así, o darle una colleja. Siempre que ve un niño, da igual donde, le hace el pajarito, automáticamente. Le acerca un dedo a la criatura y al tiempo que lo mueve, como si bailase salsa el dedo, se oye un canto de ruiseñor que se quedó encallado en la misma nota y no va ni para adelante ni para atrás. Es como la ambulancia de los ruiseñores. Los niños ponen cara de lelos y no mueven una pestaña por lo que puedas hacerles ese chalado. Él, en cambio, cree haber hecho feliz a una criatura y se marcha muy contento.

Tiene una espalda enorme, y dan ganas de romperle una banqueta en la misma, a ver si es verdad que se hace añicos, como en las películas de vaqueros que hemos visto de pequeños, y por las que siempre nos quedaron las ganas de emularlo. Pero no lo hacemos porque es muy llorón y melodramático y haría como que se muere solo para dar pena. Además tiene unas manoplas que acojonan, grandes e hinchadas, y rojas. Un lápiz en su mano parece un mondadientes. Cuando se encuentra mal es el peor actor del mundo, y desfallece sobreactuando de manera escandalosa; le agarra a uno el brazo y empieza a temblar como si le estuviese dando un ataque epiléptico, hablando entrecortadamente y solicitando una pena que uno también acaba simulando para que se quede tranquilo y quitárnoslo de encima. A veces le flojean las rodillas, aunque solo tenga catarro, y siempre parece a punto de desplomarse. Después desaparece. Al día siguiente se le ve fenomenal, levantando mucho las cejas, contando chistes y haciéndole el pajarito a los niños que se le ponen a tiro.

Por supuesto, alguien así no puede existir.

3 comentarios:

conde-duque dijo...

Jajaja... Qué bueno. Sí, sí que existe, que lo he visto yo todo, y es real. Un compañero de trabajo, ¿no? (ahora que nadie nos oye...)
Pues eso. Genial genial.
Vivan los retratos de Mabalot...

Sebastián Puig dijo...

Sinceramente, no me interesa su existencia real, pero sí la que nos has dibujado con trazo firme, magistral, mediante tus palabras.

Chapeau

Mabalot dijo...

Gracias. Como diría Vila-Matas son realidades inventadas. O quizá fue otro que tituló un libro suyo algo así. No sé.