Hoy me acuerdo de un libro rabioso, deshilvanado, y deshilachado.
Onetti empezó a escribir esta novela, la primera que publicó, una tarde porque no tenía tabaco.
" Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez. Hay dos catres, sillas despatarradas y sin asiento, diarios tostados de sol, viejos de meses, clavados en la ventana en lugar de los vidrios.
Me paseaba con medio cuerpo desnudo, aburrido de estar tirado, desde mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre en las tardes, derrama adentro de la pieza. Caminaba con las manos atrás, oyendo golpear las zapatillas en las baldosas, oliéndome alternativamente cada una de las axilas. Movía la cabeza de un lado a otro, aspirando, y esto me hacía crecer, yo lo sentía, una mueca de asco en la cara. La barbilla, sin afeitar, me rozaba los hombros.
Recuerdo que, antes que nada, evoqué una cosa sencilla. Una prostituta me mostraba el hombro izquierdo, enrojecido, con la piel a punto de rajarse, diciendo:
—"Date cuenta el serán hijos de perra. Vienen veinte por día y ninguno se afeita”.
Era una mujer chica, con unos dedos alargados en las puntas, y lo decía sin indignarse, sin levantar la voz, en el mismo tono mimoso con que saludaba al abrir la puerta. No puedo acordarme de la cara; veo nada más que el hombro irritado por las barbas que se le habían estado frotando, siempre en ese hombro, nunca en el derecho, la piel colorada y la mano de dedos finos señalándola.
Después me puse a mirar por la ventana, distraído, buscando descubrir cómo era la cara de la prostituta. Las gentes del patio me resultaron más repugnantes que nunca. Estaban, como siempre, la mujer gorda lavando en la pileta, rezongando sobre la vida y el almacenero, mientras el hombre tomaba mate agachado, con el pañuelo blanco y amarillo colgándole frente al pecho. El chico andaba en cuatro patas, con las manos y el hocico embarrados. No tenía más que una camisa remangada y, mirándole el trasero, me dio por pensar en cómo había gente, toda en realidad, capaz de sentir ternura por eso.
Seguí caminando, con pasos cortos, para que las zapatillas golpearan muchas veces en cada paseo. Debe haber sido entonces que recordé que mañana cumplo cuarenta años. Nunca me hubiera podido imaginar así los cuarenta años, solo y entre la mugre, encerrado en la pieza. Pero esto no me dejó melancólico. Nada más que una sensación de curiosidad por la vida y un poco de admiración por su habilidad para desconcertar siempre. Ni siquiera tengo tabaco.
No tengo tabaco, no tengo tabaco. Esto que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cuarenta años, sobre todo si le sucedieron cosas interesantes. Lo leí no sé dónde".
Juan Carlos Onetti, El pozo (1939).
A Onetti le quedaban pequeñas las gafas; esto se muy bien en una entrevista que le hacen en el programa de televisión española A fondo en 1977. También se ve que tenía mucha sed. Un tipo tímido cabreado medio borracho con gafas de niño pequeño. Onetti escribe:
"He leído que la inteligencia de las mujeres termina de crecer a los veinte o veinticinco años. No sé nada de la inteligencia de las mujeres y tampoco me interesa. Pero el espíritu de las muchachas muere a esa edad, más o menos. Pero muere siempre; terminan siendo todas iguales, con un sentido práctico hediondo, con sus necesidades materiales y un deseo ciego y oscuro de parir un hijo. Piénsese en esto y se sabrá por qué no hay grandes artistas mujeres. Y ti uno se casa con una muchacha y un día despierta al lado de una mujer, es posible que comprenda, sin asco, el alma de los violadores de niñas y el cariño baboso de los viejos que esperan con chocolatines en las esquinas de los liceos".
"Solo dos veces hablé de las aventuras con alguien. [...] El resultado de las dos confidencias me llenó de asco. No hay nadie que tenga el alma limpia, nadie ante quien sea posible desnudarse sin vergüenza."
Sí, me recuerda a Baroja este Onetti, sobre todo este libro. Más que escritos, parecen libros escupidos, de lado.
Onetti vino a Madrid y se encamó. Una década en la cama. Su cama también era una barca. Después murió, en 1994, creo. Claro, murió en la cama, como Baroja, aunque en su habitación no estaba Hemingway babeándole la mano.
Aquí un entrevista que le hicieron de tapadillo, como una cámara indiscreta.
4 comentarios:
Cumpli con la tarea a la que me sedujo el este post, leer todo el contenido de este sobresaliente blog. Pero esa entrevista de Onetti me parecio, tragica, muy triste.
Descarnar al heroe literario de una manera tan cruel, frente a una camara, no me gusto, me parece amarillismo. Anque viendolo bien, es la cruada realidad de un hombre en decadencia.
Fabio, sí, puede que sea desagradable y puto engañar al viejo... y en esas condiciones. Es sobre todo triste. A cualquiera le jodería que nos grabaran en la cama de esa guisa. Uno tiene todo el derecho del mundo de esconderse si queire de entrevistas y cámaras, pero te expones a ello si dejas a la vista de todo el mundo tu intimidad (y más si eres una referencia como este onetti): pocas cosas más íntimas que las palabras de uno por escrito.
Más interés literario, a mí me gustó más, la entrevista A fondo de 1977. El enlace está arriba, en el post.
Gracias por leerme. Un saludo, amigo.
Que cosas suceden en ocasiones con los escritores, por eso no me gusta mezclar cida y obra, aunque algunos dicen que son inseparables, para mi no es así, para mi son totalmente inseparables.
Este video, y otros (como el que tengo de Rulfo), han sido subidos a la red por mi amigo Palimp (el de Cuchitril literario), al cual le agradezco mucho este esfuerzo.
Gracias por la referencia, muy buen texto el que has escrito.
Magda
Claro que son inseparables, vida y obra, como obra y época, u obra y lugar, pero es posible que la vida del autor tenga la misma relevancia para explicar la obra que el clima donde fue escrita.
LLovía, entonces Rosalía (de castro). Todo determinismo es pesado y falso, y sobre todo tontito.
Digo entonces, con esto, que la obra es la obra y la vida la vida, que dice también perogrullo, y que la vida se queda corta, muy corta, para aclarar una obra, para definirla o explicarla.
Para mí son dos cosas distintas, sí, y cojo al escritor y le pongo el foco por simple admiración al elegido (el libro lo eligió a él)o por curiosidad o por verdadero cariño (y también odio, o desprecio). Pero ni me interesa ni intento entender algo acudiendo a la vida íntimo del señor autor.
Me interesan las vidas de algunos autores porque he intimado mucho con algunos, sin haberlos tenido nunca delante. Estoy seguro que conozco mejor a uno de estos autores como persona que a algunas personas que se suponen amigos míos.En la vida real se pierde demasiado tiempo hablando de gilipolleces.
Hay que hablar de gilipolleces o eres un tarado.Incluso hablar de libros es una excusa, a veces, para hablar de otra cosa.
Gracias, Magda, me interesan mucho tus comentarios.
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