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La metáfora, oiga, está por todas partes. Estamos, como quien dice, rodeados. Otra cosa es que se quiera ver. El problema de la metáfora es que suele ser pedestre, desvencijada. Mientras tomaba el café abajo, en la terraza de mi grasa/ bar, y varias horas antes de la batalla final, levanté la cabeza del periódico para ver a grupos de chavales vestidos de rojo. Felices como pollos. Habrase visto metáforas más felices. Se daban collejas de alegría, y todavía no celebraban más que la posibilidad de poder celebrar algo a la noche. Y después llegó la metáfora habitual en esta calle, en silla de ruedas. Pide a gritos un xaruto y mueve la cabeza: ¡Italia, Italia! Le importa mucho que gane Italia. No hay nadie cerca al que afligir. Berrea sin alma, la verdad. Y eso es nuestro nacionalismo casero, el deseo de que pierda lo único que nos acaba de convencer de esta España de quinquis finos y predicadores del Apocalipsis. Se va moviendo la cabeza, con el aspecto de un camionero al que le han quitado el camión y ya sólo le queda el asiento de conductor.
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Leo por encima la entrevista a Camilo Nogueira: "Tenemos la ofensiva objetiva del castellano, pero la literatura que se hace en Galicia es toda en gallego."
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