3/7/12

586


Tolstoi escribe sereno. No se vuelve loco nunca. Le queda la página delicada y justa; tiene de profesional lo que le han copiado algunos, ese equilibrio algo espartano. Hemingway y su manaza de hipertenso exprimiendo misterios. Lo del relato medio enterrado, o hundido. No, Tolstoi, con calma, va desojando la historia, sin  un rizo de más. Maria Alexándrovna y Serguéi Mijáilich, la una joven y con ganas de ver mundo, de quitarse el pueblo de encima, y el otro, ya señor con sus asuntos, ya casi retirado del amor. No es un viejete, pero los rusos de época se apaciguan pronto. Y se casan. Tolstoi se para en esos picores iniciales; ella narra. A Proust se le hubiese diluido la cosa, como esas gotas de los jugos homeopáticos, todo agua, todo corriente que arrastra y difumina la novelita. Porque tiene algo de breviario proustiano este relato. No hay grandes traiciones, casi ni pequeñas. El matrimonio, para Tolstoi, y recuerdo Sonata a Kreutzer también, es ya de por sí para volverse loco; no hace falta que pase nada en realidad. Pasa el tiempo, se anquilosa la química, como es bueno u obligado decir ahora, y los perturbados se convierten poco a poco en amables amigos íntimos, cada uno en su papel. Otra felicidad, concluye. Distinta. Otro planeta que no creo que se entienda mucho hoy. Lo atractivo es el amor como parque de atracciones. La única vida y tal.

No hay comentarios: