29/6/12

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Cuando leí La felicidad de los pececillos de Simon Leys, un libro de artículos finísimos, me sorprendió enterarme de que mi relato favorito de Chejov, o el relato que había leído tantas veces (y que yo creía delicioso y menor, un relato para sentimentales, una preferencia muy personal), era el relato favorito no sólo de Simon Leys, sino de Harold Bloom e incluso del propio Chejov. Chejov, que había escrito más de doscientos cincuenta cuentos, lo prefería a cualquier otro. Me refiero a El estudiante.

Quizá me sorprendía que fuese un relato con tan poca anécdota. Chejov es el santo mayor de la cofradía de los cuentistas, y se suele preferir de él otro cuento más conocido. Siempre se ha dicho que en los relatos de Chejov no pasa nada, pero pasa todo.

Aquí, no pasa nada de nada, y en cambio el misterio es muy sencillo; en medio de la desolación alguien siente una "súbita alegría". ¿Cuál es la razón de esa felicidad?

Ah, Simon Leys habla de verdad y de realidad. La felicidad está, según Leys, en la conversión de la verdad en algo más tangible, lo tangible; la realidad. Por un momento, aunque solo sea por un momento, esa verdad en la que cree el protagonista y en la que al mismo tiempo se obliga a creer, es algo real, algo presente.

El cuento nos presenta a un estudiante de teología que vuelve a su pueblo para las vacaciones de Pascua. Camina y hace mucho frío, se para junto a unas vecinas que se calientan ante un fuego. Una viuda y su hija. Rememora entonces las tres negaciones de Pedro, la noche que prenden a Jesús. Es importante ese paisaje antes de encontrarse a la viuda y su hija; "prados inundados", y "el viento le quemaba la cara". Dice el narrador: "Le parecía que ese frío repentino había destruido la todo el orden y la concordia, que la propia naturaleza sentía miedo". Las dos mujeres escuchan la historia. El estudiante cita literalmente El Evangelio; Pedro niega hasta tres veces haber conocido a Jesús, y dice; "Habiendo salido de allí, lloró amargamente."

La mujer, entonces, no puede reprimir un sollozo. Un sollozo repentino, como un estornudo. El estudiante percibe la tensión que esa historia ha cuajado en sus rostros. Se larga y piensa en esas lágrimas. Razona; "El suceso que él había relatado, acaecido diecinueve siglos antes, guardaba alguna relación con el presente." Y: "Una súbita alegría agitó su alma. Incluso tuvo que detenerse durante un momento para recuperar el aliento. El pasado, pensaba, estaba ligado al presente por una cadena ininterrumpida de acontecimientos que se sucedían."

Una súbita alegría. Es joven, y la fría penumbra anterior se convierte en "una dulce e inefable esperanza de felicidad". Parece muy claro que la intención de Chejov es conectar ese supuesto pasado remoto y el presente. Y se cuenta una historia. Una historia de historias, qué otra cosa. Las palabras. Y yo me pregunto qué palabras me rodean hoy.

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