15/5/12

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Mayo es posiblemente el mejor mes en Santiago. La ciudad se llena de brazos y de piernas, de cabelleras al viento. Lo normal es que llueva, y lo normal es que cuando la lluvia se acabe la gente se eche a la calle. No hay más que aire en el aire, aire invisible quiero decir. Ninguna caca volátil. No hay cielo más nítido, hasta para el miope, y casi parece si uno se fija que puede ver al satélite Meteosat, con sus bracitos articulados tomando la temperatura y fotografiando nubes. Decía Luisa Castro el domingo en su artículo que no entendía cómo la depresión económica no se reflejaba en las caras de la gente. Le parece, creo recordar que decía, la calma que precede a la tormenta. Ayer Krugman avisaba; España está al borde del abismo. Llevamos años, me parece, al borde del tal abismo. Puede que algún día acierte alguien. Ese abismo general, común, me temo, porque abismos particulares seguro que hay. Nunca creí que podrían llegar los tiempos en los que se necesitara guardar el dinero en el zapato o en el colchón. Quizá en el pecho, en esos sujetadores/ baúl de nuestras abuelas, al menos de las imaginarias. Lo que no acaba de ver Luisa Castro es que hasta en la peor de las situaciones al final acaba imponiéndose la vida normal. Si hubiese bombardeos, en un primer momento no, pero pronto empezaríamos a contar chistes y jugar a las cartas. En los campos de concentración también. La vida sigue, aunque no siga. El desastre es más visible a posteriori. Quizá nuestros nietos estudien en sus libros de historia algo que ahora mismo estamos viviendo y de lo que apenas nos damos cuenta.

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Nietzsche: "Madurez del varón: significa haber reencontrado la seriedad que de niño se tenía al jugar."

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