8/5/12

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He visto esos paraguas lánguidos que llevan algunas. Turistas puede ser. Rubias, granos rojos en las frentes, sandalias para chapotear bajo la lluvia, piernas gruesas de alpinistas. Se refugian del agua que nos cae, ya digo, con esos paraguas que ocultan como toldos la cara, y la asoman apartando la tela estampada, con gesto curioso.

*

En manos del peluquero. Nunca mejor dicho. Se tardan días, puede que semanas, en quitarnos esas manos de encima. Y eso que siempre dejo propina. Justo antes que yo una especie de punki. Era la primera vez que veía a uno en el peluquero. Siempre me pregunté qué tipo de peluquero cortaría el pelo a un punki. Y mira tú por dónde. Leía El Mundo, yo, esperaba, pero era un gran momento. Miraba por el rabillo del ojo. Me acostumbré pronto, como uno se acostumbraría pronto al encontrarse a dos elefantes fornicando, cosa rara de ver dicen los expertos. La pregunta que había que hacerse era: ¿Hasta qué punto el peinado que acababa de ejecutar el peluquero, como un eco, llegaría hasta mí, hasta el corte de mi pelo? Esa es la puñetera pregunta que me hago ahora.

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