30/4/12

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SE enrolla mucho Barthes en ese ensayo sobre Proust y los nombres. Viene a decir que Proust no se lanzó a escribir su gran obra hasta que dio con los nombres (Combray, Guermantes...). Los inventa, y esos nombres (el Nombre, dice) se convierten en "la forma lingüística de la reminiscencia". Además de "medio ambiente (en el sentido biológico del término)" es el nombre propio "un objeto precioso, comprimido, embalsamado, que es necesario abrir como una flor." Qué bonito. Esos nombres, los nombres que están por todas partes, pensaba, al leer algunos artículos de Cunqueiro. ¿De dónde saca este señor todos esos nombres? Por supuesto alcanzo algunos; pero todos esos noruegos, indios, chinos, gaélicos, islandeses. No sigo. Es pedrería, y de la buena. Por ejemplo, uno de mis preferidos; Snorri Sturluson. Estaba convencido de que era inventado, y no. Le quedan unos artículos muy bien vestidos, exóticos y cotidianos al mismo tiempo, y de Vigo o Mondoñedo pasa a Efeso o Constantinopla en la misma frase. Muchos topónimos, muchos nombres. Esto me recuerda a ese libro increíble que es Un pedigrí, de Modiano. Me cuesta creer que todos esos nombres y apellidos que desfilan por el libro hayan existido algún día. Y da igual. Parece una guía telefónica. En la página 45 Modiano aclara: "Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un currículum vitae, a título documental y, seguramente, para liquidar de una vez una vida que no era la mía."

Barthes, tan Proust aquí. 

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