25/4/12

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Falta que arda el estadio con sus 120 mil butacas, por un descuido, un cortocircuito, algo accidental. Pero si la tragedia y el catastrofismo era lo habitual hasta hace unos años en el barcelonismo hoy es una postura exótica. Al público sólo le faltó acudir a Canaletas, a celebrar la derrota. Y no tanto por la novedad, sino por la derrota en sí. No gloriosa; la épica de la derrota nunca acaba de convencer, por mucho que digan. Un invento gilipollas. No, la derrota es un volver a casa por Navidad, y en este caso hacía años que no había nada parecido a la Navidad. Siglos me parece. Los habrá que no hayan visto otra cosa, y para ellos el fútbol es ir ganándolo todo una y otra vez y de forma mágica. Tampoco es que yo, de corto pasado todavía, sepa lo que es acostarse y levantarse con las manos pegadas a la cabeza. Esa desolación, la cara de bobo que se le queda a los aficionados al perder su equipo. Y lo peor; las lágrimas. Indecentes siempre; qué lloran. Nada de eso pasaría esta semana. Sin duda pierde la Liga y el pase a la Final de Champions el peor. Pero qué peor. Decía Villoro ante un éxito culé de los últimos años; "Se trata de un triunfo deportivo, pero también moral." Pero no esa moral pisoteada por Nietzsche; no, la moral de la vida, que era la que le gustaba al bigotes. No se podrá decir lo mismo de esa acumulación de cuerpos voluminosos ante su portería, vivos o muertos, o ni vivos ni muertos, que repelían una y otra vez el balón. Es el fútbol. Y el fútbol, gustar, lo que se dice gustar, no le debe gustar a nadie.


Como diría Millán Astray; ¡Viva el fútbol! Dicho con acento; cada uno que le ponga el que más odie.

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