6/3/12

540

Qué digna te veo. Haces bien, que les den por culo.

Por la mañana, en la radio del coche, Summertime sadness. Esa mujer, esa cosa, postal vieja. Voz de postal encontrada en un cajón cuarenta años después. Es la niña mayor, como agrandada de la noche a la mañana, casi monstruosa. Entiendo que la odien. Qué coño se cree con esa boca. Una mujer frágil, como un jarrón chino, que ni es chino ni acaba de ser un jarrón. Hasta sus antiestéticos pelos en los brazos me parecen dignos de admiración. Todo en ella es hermoso, y cuanto más horrible más hermoso. Ese chin pum barato que pone la piel de gallina.

Así que empiezo el día con Lana del Rey. Son esas vacaciones de uno mismo, digo yo, de las que hablaba Ortega. O no, o qué más da.

Por la tarde vuelvo con Nietszche y Chaplin de la biblioteca. Nietszche para mí (El ocaso de los ídolos) y Chaplin para ella (El circo). Hacemos los deberes. Buscamos en el diccionario vivíparos. Ovíparos lo damos por buscado. Buscamos en el diccionario réptil. El becerro es la cría de la vaca. Cuando pienso en siesta pienso en becerro. Es una asociación involuntaria. Hay, además, lobos, tortugas y ranas en esos deberes.

Después hago la cena. Bajo la basura, ladran los chuchos del mundo, todavía se mueven las luces, al otro lado de la nada. Leo un artículo de Vila-Matas. Habla de David Hockney, de Samuel Johnson y su gato eterno en Gogh Square, de Pálido fuego y Nabokov. Habla de una felicidad irreal, pero felicidad a fin de cuentas. Del buen humor de la verdadera vanguardia. Me pone de buen humor el buen humor de la verdadera vanguardia, sea lo que sea la verdadera vanguardia (no leí Pálido fuego).

Y el eterno retorno.

No hay comentarios: