4/3/12

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Yo no sé si el periodismo, como decía Valle, avillana el estilo; lo que sí parece claro es que avillana la realidad cuando la simplifica. Esa realidad unidimensional que equipara el tacto del periodista con el rigor de un señor de bata blanca observando microbios a través el microscopio. El estilo, a fin de cuentas, no deja de ser sino el ropaje con el que se viste la realidad. En ese rigor supuesto del periodismo por impregnarse de la realidad sin mancillarla hay una gran ingenuidad. Y si no es ingenuidad es algo peor, es manoseo, magreo; a la manipulación se llega por insistencia. Una rutina que acaba calando, como el orvallo. Es como si el principio de incertidumbre excluyese al periodismo, cuando el periodismo es precisamente eso; estar ahí. La mirada necesaria, vigilante. Yo diría que en ese sentido lo que diferencia verdaderamente a un país libre o democrático de uno que no lo es es la salud de su periodismo. Evidentemente una cosa lleva a la otra; sin libertad no hay periodismo, pero sin periodismo no hay libertad.

Ahora, cuando el periodismo se vuelve sobre sí mismo, excluyendo la pluralidad de las versiones de la realidad, entonces es una engañifa. El periodismo científico no existe; no hay nada, por suerte, menos objetivo que una palabra, una frase. "Escribimos lo que decidan las palabras", decía Carlos Pujol en su Cuadernos de escritura. Todo son aproximaciones. Mientras el periodismo trabaje con palabras será cualquier cosa menos científico. Si acaso cientificista, otra superstición. Y la conozco bien, en mayor o menor medida no creo que me libre nunca de ella del todo. De la estadística sí, de esa ni caso. El periodismo, efectivamente, es necesario, pero no suficiente. No es la verdad; es una verdad más, una verdad disciplinada. Una verdad para hoy. Mañana ya se verá. Queda como literatura de ayer. Buena o mala, y eso ya es otro tema.


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