1/3/12

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Me traen "Diario de invierno". Yo creo que es el segundo libro de Auster que leo, lo que no es mucho, teniendo en cuenta que lleva ya unos cuantos. ¿Y? Pués no sé. Lo leí. Eso parece todo. Ni siquiera fue una lectura exhaustiva, se me quedó más o menos el diez por ciento por el camino. Dicho esto, el diez por ciento es despreciable. Son esos párrafos que te saltas porque eres un lector perezoso. Un lector perezoso de novedades. Y porque Auster se queda a veces en esa prosa de anécdota de sobremesa, y da igual que lo contado sea cierto o no. Son cosas, de todas formas, que no pueden no ser ciertas; todos hemos tenido una infancia, con peleas, con asombros, con cicatrices, con pelotas de fútbol o béisbol, y así, sin más; todos hemos sido los campeones nacionales de masturbación de nuestros respectivos países, o incluso continentes. Es decir; todos hemos sido cualquiera, nadie, uno que se recuerda para los demás, el mismo que otros han recordado antes. La vejez, el invierno, las costillas pegadas a la calefacción. Se ha labrado, tras una vida de esfuerzos escribiendo, el derecho a disfrutar de una vejez cómoda, recordando los buenos y los malos tiempos, los infartos, el pánico a los infartos, los accidentes, los poetas franceses que tradujo o no sé qué hizo con ellos, lo guapa que es su mujer y lo mucho que la ama y la amará, las casas en las que vivió, su primer polvo, los huesos que se rompió, etcétera. Ya digo, me parecieron muy torpes, sin vuelo ni novedad, las escenas en las que más o menos pretende traernos al niño que fue. Claro que después de leer "El niño perdido" de Thomas Wolfe qué me iban a parecer.

Hay más cosas. El sendero confesional; la tía repulsiva también sale. El drama. Una taquicardia.

El suelo frío. El estornudo. Me sabe a poco este invierno.



*

Precisamente podríamos decir que el libro de Auster es, a primera vista, algo muy íntimo; quiere darnos una historia de su cuerpo: "Habla ya antes de que sea demasiado tarde, y confía luego en seguir hablando hasta que no haya más que decir. Después de todo, se acaba el tiempo. Quizá sea mejor que de momento dejes tus historias a un lado y trates de indagar lo que ha sido vivir en el interior de este cuerpo desde el primer día que recuerdas estar vivo hasta hoy."

Lo que pedantescamente llama "fenomenología de la respiración". Ahí está, un cuerpo, expuesto a lo largo de la vida. No hay mucho que decir. Nada nuevo bajo el sol. Lleva la humanidad tirándose de pedos desde que el mono se puso de pie y miró al horizonte. El diario, más bien unas memorias, levanta el vuelo cuando se sale de esa intimidad del cuerpo, se adentra en los sentidos y en el recuerdo, olvidándose del plan preestablecido. Porque no hay nada más aburrido que el catálogo de lo que un cuerpo caga, mea, come y duerme. Es un libro que, siendo intimísimo de intención, se queda en una vida para contar, la vida ya narrada antes de ser escrita. La vida por fuera, el biombo de lo privado. Es una intimidad, si acaso, calculada, de segunda mano. La intimidad reconocida y esperada por todo el mundo; la menos íntima, sin duda.

La intimidad en literatura es un tono. Se escribe para uno mismo, de ahí ese tono; se va descubriendo esa intimidad según se va escribiendo. Después viene o no el otro, el lector, el segundo lector, si llega, que la reconoce al momento. La intimidad literaria sería aquello que uno necesita escribir, por encima de cualquier cálculo racional o social. Es un refugio. Mucha de la supuesta literatura íntima tiene la intimidad de un baile disfraces. Cada uno se disfraza de lo que quiere. Algunos se disfrazan de señor en pelotas.


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