8/3/12

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Se murió el hijo de Vladimir Nabokov. Se llamaba Dimitri. Qué si no. Algunos supimos de su existencia cuando se publicó El original de Laura, un bocetillo de novela. Escandalizados dejó al personal. Como si de la pluma de Nabokov solo pudiesen salir los textos ya hermosos y acabados. Era un Nabokov así como aromatizado; un aire de zanahoria. Ya lo había advertido papá Nabokov; al morir me quemáis estas fichas. Vera no pudo hacer frente a la petición. La verdad es que menudo marrón; cómo quemarle a Nabokov un papel. O a Kafka, claro. Yo me quemaría los míos, de haberlos, por el gusto de borrarme donde salgo desfavorecido, pero quemar los de otro, y más un Nabokov. Ni siquiera me atrevo a tirar los prospectos de las aspirinas. Que cada uno se queme sus papeles si quiere y que no joda con recados a los que quedan vivos. Dimitri, ante la duda, eligió el dinero. Hizo bien. Llevó al parecer una de esas vidas de hijo de rico crápula, que un día se levanta cantante de ópera y al siguiente piloto de carreras. Entre tanto fue volcando al inglés las novelas rusas del padre. Su foto de recién fallecido en todos los medios es la de un señor encarnado de mirada de lagarto con el retrato de su padre al fondo. Se arrima al padre, o le sacan arrimado, con esa llaneza de algunos fotógrafos por el brochazo elemental. Ahí queda, como la sombra un poco tarambana del genio.

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Lo más chocante del paranoico es su falta de modestia. Como si le importara a alguien lo que hace.

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De Nietzsche me duele sobre todo Sócrates. Porque Sócrates, efectivamente, tiene todos los vicios y las peores inclinaciones. Era "horroroso", la fealdad llevada al extremo, y "del más bajo origen", además de delincuente, mestizo, monstruoso, moribundo y enemigo de la vida. "Un cansado de vivir", escribe el señor del martillo. Pero, hombre, entre orgía y orgía, tampoco está mal hablar algo. Sócrates es ese hijo drogadicto que nos ha dado muchos disgustos, todos los disgustos. Él nos ha hecho creer en una vida en limpio y resulta que todo era alfalfa. Pero y qué; nosotros diríamos: Tiene buen corazón, y discute de maravilla.

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