13/2/12

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Carretera oscura camino del aeropuerto. Todos atienden a sus pantallas y encender la luz de lectura es como salir al escenario iluminado por un foco. Y además no tengo ganas de leer. Hay una chica muy guapa delante de mí; veo su reflejo en el cristal de la ventana. Es rubia, lánguida, color membrillo, con ese moverse mirando al suelo que es un bajar las persianas de la timidez, un reservarse para la gloria. La timidez también es una coquetería. En la timidez vemos la discreción y una cierta sensibilidad, pero lo que hay es mucho orgullo. En el silencio del tímido está ese orgullo que dice; ni una palabra de más, no vaya a ser que al final acabe uno diciendo lo que se habla cuando no hay nada que decir. En la timidez también está el salir a la pista de hielo sin estar seguro de poder mantener el equilibrio. La guapa lánguida color membrillo abre el portátil, se calza los auriculares y ve una serie de la Fox. Con la otra mano escribe mensajes en la Blackberry. Todo al mismo tiempo.

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De la palabra CLUB; efectivamente, en esa palabra la primera letra en fundirse solo podría haber sido la U.


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No sé por qué Umbral ha salido últimamente en varias conversaciones. Algo de culpa tendré, aunque ya hace siglos que no puedo leerlo. Y en cambio, de esa niñez de adolescente tumbado en la cama como un romano con el libro atrapado por dos dedos, a Umbral le debo mucho. A sus libros de literatura les debo haber leído a Galdós, Azorín, Baroja, tres de los escritores que él no soportaba y de los que ha repetido hasta el delirio una serie de tópicos que todavía perduran; a saber, que Galdós poco tenía que ver con la literatura y más con la historia, siendo además un escritor muy vulgar según él; también que Azorín era un escritor incapaz ante la metáfora, con una escritura cobarde que solo se atrevía a jugar con los adjetivos; a Baroja no lo soportaba por el poco interés que parecía tener el vasco por labrarse un estilo literario, y también por unos diálogos de novela que Baroja acaba transformando en teatro (el nombre del personaje antecediendo a los diálogos) por ahorrarse explicaciones de quien hablaba o dejaba de hablar. Esto, a Umbral, le parecía el colmo de la chapucería. A Baroja y a Galdós es obvio que les envidiaba la facilidad para escribir novelas, y novelas con vida, no esas cosas de cartón piedra que le salían al ilustre columnista. Claro que como columnista era de la poca literatura que llegaba a los periódicos, y ya nos daba igual que defendiese una cosa y su contraria, incluso en el mismo artículo, o en la misma frase, lo que era bastante habitual. Umbral se nos ha ido cayendo por el barranco, como una lavadora vieja en un vertedero.

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