2/2/12

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Miedos irracionales, como en blanco y negro: Que me claven un cuchillo a través de las cortinillas de la ducha mientras permanecemos aislados de la realidad, bajo esa capa cegadora de agua y champú, como en una burbuja insonorizada. Ese cuchillo, digo, de imbécil disfrazado de maruja, que vimos tantas veces en blanco y negro. Hasta en la facultad; esto es cine, nos explicaban, los planos, cuántos planos, no me acuerdo, quién se acuerda de algo así. Agua, sangre y cañería. Otro miedo ridículo: Que me disparen justo al salir del baño; se abre la puerta y se sale otra vez al mundo con la conciencia tranquila del que ha cumplido con sus tripas, ese aire distraído del que nunca ha hecho una putada a su prójimo. La película; Pulp fiction. Así mataba Butch (Bruce Willis) a Vincent Vega (Travolta) en la tal. Nunca sabe uno lo que se va a encontrar al salir del baño. ¿Seguirá el mundo ahí? De todas formas son recuerdos absurdos del cine que se cuelan sibilinamente en la rutina. Los temores importantes son otros, como que le caiga a uno una maceta en la cabeza o le lleve el coche la grúa. Etcétera.

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Leyendo "El loro de Flaubert" (Anagrama 1986), que me encontré hace unos días en la librería de viejo del pueblo. Nunca había leído a Julian Barnes. Hay tanto que no leer, pero sobre todo tanto que solo leería uno en la cárcel, obligado por una biblioteca de sobras y casualidades. Es esta librería de viejo una de mis cárceles, pues me he hecho varias cárceles, y voy recogiendo aquí cosas que gustan más con papel y letra de hace lustros que con la de ahora. Lo nuevo incomoda por nuevo; es un valor añadido que acaba siendo lo contrario, un fastidio. Hasta el olor a nuevo es un vulgar olor a pegamento y plástico que hemos asociado a novedad. Así como los niños pequeños aseguran que tales o cuales zapatillas deportivas corren más que otras yo digo que se lee mejor y más rápido y hasta con más provecho un libro de segunda mano o viejo, como quiera llamársele.

La manía de las primera ediciones no la tengo. O no tengo el dinero, lo que viene siendo lo mismo.

A propósito de Flaubert. El libro de Barnes es un híbrido entre biografía y ficción. Ficción del narrador, de esa primera persona que retrata a Flaubert. Precisamente Flaubert, ese lugar común sobre el papel del autor en la sociedad. Qué; ¿Ese tipo que hace frases, para el que un adjetivo es mucho más importante que cualquier problema social? Un Sartre poco y mal leído nos ha dejado ese Flaubert. El Sartre niño que al querer leer Madame Bovary preocupaba a su madre: "Pero si mi hijito lee libros como ése a esta edad, ¿qué hará cuando sea mayor?" "¡Los viviré!", contesta el chaval. Pero más bien los maldice; literatura, ¡sólo literatura!

Vivimos tiempos jodidos. Siempre hemos vivido tiempos jodidos, pero ahora más. Qué leer, qué escribir, se preguntan algunos. Copio. Fragmento del libro de Barnes: "La literatura incluye a la política, pero no ocurre lo mismo al revés. No es una opinión que esté muy de moda, ni entre escritores ni tampoco entre políticos, de modo que tendrá que disculparme. Los novelistas que piensan que sus escritos son un instrumento político degradan, me parece, la literatura y exaltan neciamente la política. No, no estoy diciendo que debería estarles prohibido que tuvieran opiniones políticas. Sólo digo que a esa parte de su trabajo deberían llamarle periodismo. El escritor que imagina que la novela es la forma más eficaz de participar en política suele ser un mal novelista, un mal periodista y un mal político." [Pág. 158]

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