27/12/11

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Muere Torrente Malvido. Lo he buscado alguna vez con la esperanza de encontrar a un escritor interesante. Era quitarle esos plumajes de maldito, de bohemio, de hombre hecho a sí mismo, pero al revés; de la buena familia al lumpen. De la buena cuna al sofá mugriento de un antro. Se podría decir; qué vida para escribirla, cuántas cosas que contar. Y después la buena o mala vida también se llega a vivir como una rutina. Precisamente, en una entrevista dijo (creo ya lo he citado antes por aquí): 
"La bohemia literaria es una definición falsa que aporta muy poco. Esos que pasaron a la historia como bohemios, los Baudelaire y demás, esos no eran bohemios, eran simplemente maravillosos escritores que bebían y se drogaban. Pero llamarle a eso bohemia es una solemne tontería. La bohemia literaria es una bobada porque escribir es en realidad un asunto muy cordial, muy íntimo, que requiere un empleo total de la cabeza. Bohemia consiste en no comportarse según normas que no tienen nada que ver con el arte, sino con la vida normal. No hay artistas bohemios, todos los artistas son bohemios, extranseúntes de su propia vida."
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Escribía Leys un artículo sobre Sartre, recogido en el estupendo libro La felicidad de los pececillos, lo siguiente: 
"En una carta a Virginia Woolf, John Maynard Keynes profetizaba la muerte de Occidente: las nuevas generaciones quieren disfrutar de todas las ventajas que les ha proporcionado el mundo de sus padres, pero sin pagar ningún precio, como sería cultivar los valores en que se fundamentaba este mundo. Esta situación no puede durar; salta a la vista."
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Ya de pequeño me veía más escribiendo cartas de amor que declarándome en persona. Con once años, por ejemplo, no sé qué escribiría, pero sí, recuerdo escribir alguna. Creo que eran cartas largas, por supuesto  a mano. La destinataria de aquellas cartas se situaba dos o tres mesas delante de mí en clase. A veces, de perfil, por un segundo, se le ponía cara de réptil, pero sólo por un segundo. Esto, en las cartas, no lo tenía nunca en cuenta, y me parecía, si no perfecta, lo más cercano a la gloria que veía a diario. Le llegaban, las cartas, a través de un intermediario. Sus respuestas eran breves, con la letra muy grande, creo recordar, los puntos de las ies como pompas de jabón enormes. Eran cartas en general decepcionantes. No tanto por los escasos avances en nuestra relación, sino por la poca literatura que le echaba al asunto ella. Eran cartas de la que no está de humor para escribir cartas, o la que no sabe. Yo volvía a la carga con otra carta. Nunca le dirigí la palabra, creo. También en aquella época me parecía un poco ridículo no hablarle, pero así estábamos muy bien. 

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