17/12/11

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Cierta teoría psicológica anunciaba que uno no llora porque esté triste, sino que uno está triste porque llora. Y lo mismo he leído más de una vez sobre la escritura; uno no escribe porque tenga algo que decir, sino que uno tiene algo que decir porque escribe. El rollo poeta quizá. Lo mismo Montaigne, prototipo del ensayista, del que escribió Huxley: "Asociación libre controlada artísticamente; este es el paradójico secreto de los mejores ensayos de Montaigne". De esto escribe hoy Verdú en El País: "Ortega no tenía muy claro qué se proponía decir a la línea siguiente, pero los grandes ensayistas, como el mismo Montaigne, no tienen en la cabeza todas las ideas con las que ensayar."

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Pintura holandesa del XVII. Paisaje. Pasamos de uno a otro cuadro. Le explico, porque pregunta todo el tiempo, pero al final uno resume la cosa en un 'me gusta' o 'no me gusta'. Algunos son paisajes polvorientos, dentro del verde, y tristes, pero tristes como pintura, más que como paisaje. Otros paisajes brillan, centellean, esas ramas, las flores, como si acabasen de ser pintados. O como si acabasen de ser restaurados. Los pintores menores salen siempre de un sótano húmedo. Llevan el sótano con ellos, el aire opaco de los siglos. Les ha caído la sombra gris encima. Entonces veo a X, de espaldas, parada, escrutando un paisaje y ahí se me paran en seco los siglos. X es la mujer lapa. Seguimos a lo nuestro, ya no evitándola, cosa que nunca da resultado, ya que es casi como delatarse (huele el sudor de los que se hacen el sueco y los detecta al instante), sino forzándonos a vivir en ese mundo paralelo que nunca se cruza con el suyo. Una cierta invisibilidad, mirada en túnel, discreción absoluta. Tampoco funciona. Entre Brueghel el Viejo y nosotros se interpone una sonrisa recriminatoria, como si tanta atención sólo tuviese el objetivo de evitar el encontronazo. Y así es, qué coño. Es una mujer afable con todo el tiempo del mundo. Te hipnotiza como hacen algunas serpientes con sus víctimas. Es la mujer con las manos en los bolsillos, simulando frío, sueño, gases. Siendo una niña, a la pobre M no le queda otra que ser interrogada. ¿Qué animal es este? 

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Me acordé estos días del viaje que hicimos por la Mancha. Un viaje raro, antes de la vendimia. Mucha vid enana, vimos. Ya de lleno en la amarga tarea de la vida nos largamos como un quijote y un sancho, siendo quijote o sancho ambos, turnándonos según el momento. Carreteras estrechas y rectas. Coches a lo lejos, de los que no se sabía si se apartarían ellos o tendríamos que tirarnos a un lado nosotros. Ninguna ruta marcada por las guías, pero sí, estuvimos bajo esos molinos que fueron gigantes y ahora son una foto con paisaje terroso al fondo. Escalamos ruinas, meamos en las cunetas oteando el horizonte y vimos alguna que otra cucaracha veloz. Muchos pueblos estaban muertos, o durmiendo la siesta, fuera la hora que fuese. Lo bueno del viaje es que nos devuelve a la realidad; todo es provisional, cada momento es único, estás de paso. También; cuánto menos lleves encima mejor. He estado estos días moviendo todos los libros y sí, he pensado; sobran muchos. ¿Acaso voy a volver a leer alguna vez a Aragon? ¿Y a Butor? O la novela negra, que ya leída siempre acaba estorbando. Incluso estorba sin haber sido leída. Menos Conan Doyle. Le digo en broma que los voy a vender o tirar todos y empieza bailar, como aguantándose las ganas de hacer pis, mientras me pide que salve los de Harry Potter, que piensa leer en cuanto pueda. Digamos, dentro de tres años, siendo muy optimista.

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