9/12/11

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El Ravel, de Echenoz. ¿Y a quién le importa Maurice Ravel? Hasta que no me encontré con el librito de Echenoz me importaba más bien poco, y ahora, leído, me sigue importando más bien poco. De importarme me importaría Debussy, no tanto como inventor de la música que vendría, sino como banda sonora de todas las tristezas imaginarias y reales de una cierta adolescencia ciclotímica. El personaje me importa mientras leo, me importa de esa manera que nos importan los personajes a los que no parecen importarle los que le leen. Personajes así como despectivos, que no nos acaban de dejar leerlas las cartas por encima del hombro. El personaje siempre es la escusa, hombre. Ravel es un personaje con poco atractivo, además. Tipo aburrido, aseado, contenido, que se aburre mucho, sobre todo eso, porque nos trae Echenoz ese aburrimiento de los últimos años de Ravel. El puro aburrimiento de no tener nada que hacer, de creerlo más bien. Diez últimos años. Un viaje a Estados Unidos, ciertos compromisos, cierta enfermedad extraña que entiendo como demencia y acaba con un médico abriendo la tapa de los sesos para meter la nariz en lo que hay debajo. Se muere. Era Ravel, el de los trajes impolutos, el pañuelo estudiado, extravagancia estudiada de artista perfumado. Ravel, que por si no os acordáis era vasco francés. Tiene cara de vasco, de vasco delicado de salud. He visto las fotos después, en libro tan breve no da tiempo ni a levantarse para abrir el Google. Echenoz ahora se metió en esa novela del corredor. Le salen bien estos libros, más allá de la biografía y mejor que la biografía de una vida exhaustiva, a la mayor gloria del biografiado. He leído pocas biografías en mi vida. Pocas grandes, digo. Y pocas de las otras, también. Antes que el Ulises siempre he preferido el Joyce de Richard Ellman. La biografía, novela digamos, de Echenoz, está vacía de literatura, está vacía de biografía, como el Bolero, se dice, "desde luego, por desgracia está vacío de música." Yo no diría por desgracia. Lo que queda; un envoltorio, Ravel, se mueve, apenas se mueve, tiene insomnio. El hombre y su insomnio de anciano, sin serlo todavía. Queda la decadencia del artista. Sí, la obra, ahí está, la gran cara del artista, todo eso que nos deja. Ravel, efectivamente, el hombre que compuso la mejor música para un anuncio de lavadoras. Viene de familia de relojeros, creo, y adora las fábricas, las máquinas, turbinas arriba y abajo. ¿Y el hombre? ¿Dónde queda el individuo que existió? Etcétera. Era eso; las uñas, la manicura perfecta de Ravel.

Acaba bonito. La explicación, porque hay siempre como una necesidad, al final, de explicación. Y todo esto, oiga, ¿para qué? Última frase: "Se duerme, muere diez días después, lo visten con un traje negro, chaleco blanco, cuello duro con las puntas dobladas, pajarita blanca, guantes claros, no deja testamento, ninguna imagen filmada ni la menor grabación de voz."

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