5/12/11

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"Cada día, señores, la literatura es más escrita y menos hablada –decía Juan de Mairena a sus discípulos. La consecuencia es que cada día se escriba peor, en una prosa fría, sin gracia, aunque no exenta de lo que se llama corrección, y que la oratoria sea un refrito de la palabra escrita, donde antes se ha enterrado la palabra hablada. En todo orador de nuestros días hay siempre un periodista chapucero. Lo importante es hablar bien, con viveza, lógica y garbo. Lo demás se os dará por añadidura."
No sé. También puede que el escritor sea precisamente escritor porque nunca acierta a decir lo que quiere decir, o nunca acierta a decirlo cuando hay que decirlo o de la forma exacta que hay que decirlo. De ahí que se escriba, que es un hablar cuando ya no hay nadie para escucharnos. Hablando a solas, sobre el papel, sobre el archivo en blanco. Escribir para los que nos leerán, mañana, dentro de diez, veinte años. Cincuenta. Hay que estar loco, pero no se me ocurre nada mejor para pasar el rato. La entrevista está ahí, a medio camino entre lo dicho y lo escrito. No creo que la entrevista sea un género menor. Una de los atractivos mayores de la revista Jot Down es precisamente ese, unas entrevistas estupendas. También hay entrevistados con estrella. Cortesías aparte. Lo admiro sinceramente.


***


¡El presupuesto! ¡Un presupuesto! El hombre, viejo chino y gallego de raza, que parece mirarnos desde detrás de una persiana entrecerrada, se acerca al coche. Lo estudia, casi lo huele. Lo palpa. Todo lo tosco que pueda parecer a primera vista, esos andares, las manos, la caspa o el polvo del taller, y qué delicadeza al acariciar el destrozo. El mismo Miguel Ángel palpando un trozo de mármol. Saca una libreta de anillas cuadriculada y empieza a escribir. Una letra grande, maravillosa, una letra contra el viento. Una letra para ser escrita con las manos negras, para absorver toda la grasa, ese sudor de los motores. Curioso, echo un vistazo a la libreta. No entiendo mucho de todas formas, prefiero no saber. Espero la cifra, cuánto me sangra por este trabajito. Leo: Una octica. Qué; es la palabra más hermosa que haya visto últimamente. Qué grande, sí, nada que ver con esa escritura cuasi analfabeta de algunos arrendadores de pisos; letra caligrafiada como jugándose la vida en ello, temblorosa, mezquina, descarrilándose por el peso de la avaricia. Se rascan el cogote, jodidos estafadores. ¿Esta es una cama? ¿Esto es un colchón? No; la octica de este hombre tiene la dignidad del que lleva toda la vida tratándose con octicas, si lo sabrá él, estoy seguro. Yo no sé nada. Él sabe perfectamente que eso que tan bien conoce no pueden ser otra cosa que octicas. Digamos que la verdad está en una octica; lo de óptica es la palabra que usamos los demás, los que no sabemos en realidad de qué hablamos. Cómo no fiarse de una octica. Dígame.

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