1/11/11

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Precisamente, Richard Wagner a la princesa Carolina von Wittgenstein (en 1858):
"En los grandes poetas siempre me agrada más lo que callan que lo que dicen. La grandeza de un poeta la reconozco más por su silencio que por sus palabras. Lo que me hace amar tan indeciblemente la música es que todo lo calla, a la vez que dice lo más imposible de pensar: por ello, hablando estrictamente, es el único arte verdadero y las restantes artes son solamente sus suplementos."
[página 116 de El autor y la escritura, de Jünger]
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Ya sería la leche, en el iPad: poder arrugar una página, y tirarla a una papelera virtual. Incluso encestar. Digo, una página que no te guste. Una página web, por ejemplo, de un escritor que odias. Seguro que si quisieran podrían hacerlo. No lo hacen porque eso ya sería un poco barroco, algo barato, un gasto de recursos inútil. Se cierra y punto.

Yo lo uso poco. Es ella la que lo usa. Nuestro matrimonio es un señor con un libro, como pensando, meditando el libro, pero sin meditarlo, en los cerros de Úbeda, y a su lado una mujer con la cara iluminada por una pantalla. Cuando se va dejo el libro y me divierto agrandando y reduciendo las páginas en esa pantalla. Esos pellizcos al cristal. Es algo muy infantil. Una palabra puede ocupar toda la pantalla. O palabras tan pequeñas que apenas existen, palabras como polvo. Palabras que dan ganas de soplar. Lo único que le falta, ya digo, es poder arrugar, por ejemplo, un artículo de Santiago González. Sin leerlo. No hace falta leerlo.

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Se puede tener una pesadilla, e incluso se puede uno levantar a orinar interrumpiendo la pesadilla, y la pesadilla es como si nos esperara en la cama. Al volver nos ponemos en sus manos. Y si es así lo admitimos, porque es algo razonable, o casi. La pesadilla en su sitio. Lo que nos preocupa es que la pesadilla nos salga al paso en el pasillo, o mientras rodeamos la cama en la oscuridad. Chocar con la pesadilla, en medio de la oscuridad. Más que temor, una inquietud. No las tiene uno todas consigo. Es totalmente irracional pensar eso, pero a esas horas uno ya no sabe si pisa suelo o nube. Vuelve uno medio tambaleándose. Todavía estamos bajo sus efectos, de la pesadilla o de lo que fuera. No hemos despertado del todo y no somos adultos del todo. En ese momento todavía creemos que la habitación se nos llena de sueños y pesadillas. Uno vuelve a la cama como para dormirse un rato y volver a empezar. No conviene empezar el día después de un sueño raro.

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En el cementerio, no sé cómo hicimos. Yo era muy pequeño. Pero no tan pequeño. Corríamos por el cementerio. No recuerdo quién era el otro. Nos paramos ante una lápida musgosa. Era una piedra muy pesada pero entre los dos la movimos. La movimos antes de darnos cuenta que la movíamos. Aparecieron unos huesos enormes, limpios, viejos quizá, con ese color indefinido de lo viejo. Había agua. No vi ninguna calavera. Sólo huesos como de caballo. Aquello no era la muerte; aquello eran unos huesos, quizá de dinosaurio. La muerte como un desván de huesos desordenados y húmedos.

1 comentario:

Carolinarome66635 dijo...

Bueno la verdad es que para algunos poetas si es mejor callar jeje porque de poesia saben poco... Carolina - paginas web