1/11/11

503

Ese paraguas de mujer abandonado y medio abierto, con alguna varilla rota, nos parece un paraguas al que han violado entre los arbustos y que todavía nadie ha descubierto. El mundo es muy jodido.

***

Escuchado en la calle: ¿Halloween? Aquí es Halloween todo el año.

***

Éramos muy pocos en la sala. Mejor. Al principio odié un rato a los comedores de palomitas, que más que comer palomitas estrujaban sus bolsas para sentirse vivos. Nos reímos de una que llegó tarde, con los pelos de punta. Al principio me pareció que llegar tarde a esta película era un absurdo, y en realidad llegar tarde a cualquier película. Después vería que precisamente lo que sobraba era película. Yo no sabía dónde me metía, soy un despistado. Algo sí. Ya no se puede no saber nada de algo. Es imposible no saber nada, ir por la vida no sabiendo sinceramente nada. Las cosas se saben por osmosis. Alguien nos va susurrando al oído todo lo que debemos saber. Se saben las cosas sin acabar de saberse, pero ya se saben. El traíler hace muchas promesas. El noventa y ocho por ciento de los traílers son mejores, mucho mejores, que las películas. Después la película, esta película, es el traíler y muchas imágenes de lava volcánica candente y planetas impolutos y amebas flotando con música de Mahler de fondo. Una voz femenina nos susurra cosas extremadamente importantes sobre la vida. Cosas que no siempre se entienden, pero de la Vida se habla así, medio despistando. A la Vida no se le dice pásame la sal. A la Vida se le habla moviendo las manos, como si dirigieras una orquesta. A los veinte minutos cuatro sensatos se largaron, hartos quizá de la Vida, o deseosos de vida, precisamente, y ya quedaba toda la sala para los sensibles. Uno de ellos se tiró un pedo, justo cuando habían apagado a Mahler. Ya era mala suerte, no me lo podía creer. Podría haberme levantado con una linterna y señalarlo con el dedo acusador. Quizá fuese el de las palomitas. Uno se mete en el cine con personas más o menos cultivadas (todo quisque había venido muy despeinado, como si hubiesen estado pensando toda la tarde) y en un apagón de los coros trompetean con sus esfínteres como si ya nadie pudiese escuchar/ entender un pedo en medio de tanta poesía visual.

A la película, por supuesto, le sobra el ochenta por ciento de la película. Sean Penn, afortunadamente, sale más en el traíler que en la película. Llega lo que llega la infancia de cada uno de nosotros, ahí nos dejamos llevar, pero todo está estropeado, retorcido, por el gran arte de fotografiar postales con la luz naranja del ocaso. Hay un estremecimiento ante lo bello que pronto acaba en empacho. Empacho, gases. Lo Bello servido con palas. Una mano de mujer, una hoja seca volando, un bebé, el cielo visto desde debajo de un árbol. Y así hasta el infinito. O así desde el infinito. Se remonta al principio de los principios. La Creación del Universo, de la Vida y hasta de Dios sobraba. Yo creo. Las amebas sobraban; los planetas sobraban; los volcanes sobraban. Ese arte total a lo Wagner a mí me marea. Más bruto no se puede ser. Eso sí, salí con muchas ganas de vivir, de comprar tabaco, y hasta echaba de menos el humo negro de los coches. No se me había dormido ninguna pierna.

No hay comentarios: