7/10/11

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En el colegio, de tarde. No hay nadie, casi nadie. Huele a colegio público. El colegio público huele a goma de borrar, o algo así. Algunos colegios concertados en Santiago huelen a humedad de refectorio. Casi a plátano pasado. Veo a un lado un operario de rodillas arreglando una cerradura. Destornillador, un lápiz enganchado en la oreja, una caja de herramientas en el suelo con una constelación de herramientas a su alrededor. Saludo, saluda. Recojo a la niña y bajamos. Ahí sigue el tipo, luchando con la puerta. Cuando pasamos a su lado ella dice: Ese era el profesor de inglés.

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Jobs santo y tal. El calígrafo japonés que hace máquinas. Lo único que sabemos es cómo son y cómo funcionan sus productos. De ahí, de ese conocimiento, a la idolatría del personaje hay un paso. Supongo que se busca al mago creador. Alguien detrás de todo eso. Uno busca al personaje y el personaje se deja encontrar. Mesianismos aparte, yo diría que Jobs nos ha librado de la informática. La informática es ese magma gigantesco y analfabeto que aspira a absorberlo todo, triturándolo, pixelizándolo. Jobs, o Apple, también aspira a absorberlo todo, pero embelleciéndolo, respetando su esencia, o continuándola. La música acaba recogida en un iPod, que es un muy digno recogedor para la música. Y así, con lo demás. Nos ha librado de la costra, del envoltorio de plástico como tupper con tripas y tornillos, de la condena de la informática. Cómo lo ha hecho no lo sé.


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Para el futuro del libro. Veo un Kindle y me parto; ¿y eso va a hacerle pupa al libro? Digo un Kindle como digo cualquier otro cacharro con esa tinta de juguete para críos. Al lado de cualquier cosa con la manzanita casi todo parece mortadela, y todo funciona como la mortadela, más o menos. Otra cosa es tener presupuesto para algo más que mortadela. No es una democratización de la excelencia, precisamente. El iPad está muy bien pero sigue quemando los ojos y después de horas frente al ordenador pocas ganas quedan de ponerse ante otra pantalla. El futuro del libro está en el libro, sin ir más lejos. Lo siento, cacharros. No, la verdad es que ya nadie cree eso. Puede que no haya nada mejor que un libro para leer un libro, pero es que ya no queremos leer un libro en un libro. Hemos decidido retirar al libro sin razones muy claras para ello, más allá del espacio físico que ocupan muchos libros y de los dolores de espalda al mudarnos de casa. Quizá el futuro del libro esté en las tabletas, en la tableta, en los ojos rojos y en tener el mundo entero en esa tablilla luminosa. El iPad es al menos un digno sucesor del libro, dentro de lo que cabe. Si algo deja en la cuneta al libro que esté a la altura del invento libro, de la perfección del libro. Lo otro, los otros, son un insulto, un zurullo calentorro, para ancianos ejercitando la memoria o para hacer sudokus en una sala de espera. 

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