He visitado las suficientes casas museo de escritores celebres como para que espere muy poco y evite en lo posible estas casas museo. Ya de pequeño me llevaron los del colegio a la Casa Museo de Rosalía de Castro y toda la vida he recordado con horror aquella cama alta y oxidada y estrecha, la palangana sepia, el escritorio oscuro, de verso difunto y miope. Cada cosa momificada y exaltada por aquella posteridad de santa.
Bucólica barojiana, en Jot Down.
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