16/9/11

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La vendedora está buenísima. Aprovechaba el último día de sandalias, yo, antes de caer por la playa. Mientras ellas se ven no sé qué enfrente yo entro en la Casa del libro. Se me pone voz de hombre serio al que acaban de liberar unos secuestradores y ha perdido el hábito, años después, de preguntar por un libro. No lo hay; Braque, "El día y la noche". Braque, el pintor. No hay otro que el pintor, que yo sepa. Lo reseña Bolaño (Entre paréntesis, Anagrama). Cita éste un aforismo de Braque que me gusta mucho: "Desconfiemos: el talento es prestigioso."

Al final me llevo "Ese maldito yo", de Cioran. Para releer, o leer, ya no sé. Qué exageración, qué maravilla, qué risa. Sería el libro que regalaría a alguien hundido. Hay un ensimismamiento en la depresión, un narcisismo en la derrota propia, que a la fuerza tiene que quedar ridiculizada ante esas frases corrosivas de Cioran. Lo imagino recitando sus frases en un escenario; los ojos negros y hundidos, un poco de roedor, unos vaqueros anchos de piernas muy palo, el pelo blanco, eléctrico, la soga al cuello, caída como una corbata ladeada. No sonríe nunca. Deja un silencio inquietante entre aforismo y aforismo. El público se parte; a veces carcajadas llegan a destiempo, nerviosas, solitarias, carcajadas de sudor, que sudas por reír o por no poder no reír.

Alguna vez Cioran saldrá tras la cortinas del teatro con una guadaña sobre el hombro. Una guadaña enorme, de verdad. La mayoría del público no había visto una guadaña en su vida. Cioran aparca la guadaña a su lado, de pie, la apoya en algo. Cioran muy serio. No sonríe nunca. Al acabar saluda al público como un director de orquesta. Se marcha apurado.

***

Tengo un coche tan viejo y desvencijado que los peatones me señalan desde las aceras carcajeándose, al ver que aún anda e incluso que corre. Sólo me faltan las gafas de piloto antiguo y sacar la cabeza por la ventanilla para adelantar mejor.

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