14/9/11

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Estoy leyendo el segundo volumen de los diarios de Iñaki Uriarte (ed. Pepitas de Calabaza, 2011). El otro día me sacaron a pasear en coche, paré en correos y ya de vuelta en el coche me metí en el libro de Uriarte y ya no volví a abrir la boca ni a levantar la vista. Además llovía. Incluso todos esos recados que íbamos a hacer se hicieron con el libro abierto en la mano, caminando tras la sombra de mi mujer, como uno de esos adultos un poco obesos que no han perdido la mirada asustada de los niños ni la costumbre de dejarse las babas en todas partes.

Ese aire de desvalido que da la atención concentrada en algo. Si estuviese en un documental de animales yo sería la típica gacela que se queda masticando hierbajos con la mirada perdida mientras un león se le abalanza de puntillas.

De vez en cuando me reía, y sorprendido de mi risa intentaba atajarla o contenerla, no sé muy bien por qué. Quizá porque es tan raro encontrarse un libro que haga reír que el sospechoso es más bien el que ríe. En los días de lluvia, sobre todo esta lluvia fina del otro día, parece que no puede uno reírse tranquilamente, y mucho menos con un libro. Estando solo sí; en una sala de espera se da conversación al otro, pero a mí ya me daba conversación el libro de Uriarte.

Yo creo que la primera condición de un buen escritor es que su prosa acompañe. Por supuesto, la Ley del Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas acompaña poco o muy poco, y hay escritores que a la hora de escribir no acaban de desprenderse de esa voz 'culta' y acartonada que parece salir de las cavernas en las que se redactan las leyes, los tratados y la mayoría de los libros divulgativos. Un coñazo. Un Coñazo, quiero decir. A mí leer tanta literatura me ha estropeado esa capacidad para meterme en libros meramente informativos. Prefiero lo complicado a esa forma de aburrir contando todo poco a poco, esa prosa de nadie que dispara datos. Uriarte escribe en ese tono menor del que hablaba y presumía Baroja; nunca aburre.

Al igual que la prosa, muy alejada de ese grand style tan literario que tanto le gustaba a Benet, el personaje principal de estos diarios es un señor bastante escéptico con esto de la literatura. Ha visto mucho y ya está en otra cosa; es un testigo y disfruta del espectáculo. Y nosotros con él. 

Uriarte es un griego, como Montaigne. Montaigne era un griego en su torre y escribía con esa intimidad que dan las torres; no la intimidad de los poetas, que siempre es un poco tímida y demasiadas veces tramposa, sino la intimidad del que no se avergüenza de nada y puede decirlo todo claramente. Uriarte lleva su torre portátil y la instala allá donde vaya; una playa en Benidorn, un hotel en Lanzarote, o en Oviedo, o en Madrid, o en su casa en Bilbao.

Una voz necesaria, para compensar tanta caverna.

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