12/9/11

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Lo bueno del cine de Almodóvar es que todo lo demás que se hace por ahí es muy malo. Almodóvar hace películas fallidas. No siempre; se toma unas libertades que abochornan a más de cuatro, pero estos cuatro después se derriten ante la última de Alex de la Iglesia (o de Roman Polanski o de Scorsese), y ahí es cuando veo la diferencia: Almodóvar intenta hacer cine y los demás nos toman el pelo. Ellos hacen que hacen películas y nosotros hacemos que nos gustan. Se dice pasar el rato, pasar la vida, con una sensación perenne de deja vu.


El Almodóvar de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? no va a volver. Ese neorrealismo alocado, macarrilla, sentimental y un poco cochino. Ahora mueve muchos camiones en sus rodajes y todo le sale, por lo menos, industrioso. Lo suyo siempre ha sido ese "subproducto personal" del que habla Francisco Rabal en Átame; poniendo en ello "el corazón y los genitales". En La piel que habito se hace un lío espantoso con la estructura, y la película está en la estructura. Se aguanta hasta la mitad resoplando y gozando de la banda sonora, buenísima. Dosifica para que tengamos película pero se embarulla mucho con esa cartelería de quince días después o tres años antes que toca mucho las narices. Viene, va, muestra, oculta, recuerda, cuenta. Es un mareo, de facilón. Después va encajando, pero siempre queda pedestre ese ir y venir así. Y no me gustó Banderas. Es un tío muy profesional, un actorazo; que se vaya a la mierda. Ahora que tiene tanta experiencia le pesa la experiencia y no deja de actuar en toda la película, al menos cuando habla. Habla Banderas, todo un señor. Mejor callado. Elena Anaya es mona y se corta muy bien el pescuezo, le brillan los ojillos, se dobla mucho haciendo yoga. Es la mujer de plástico.

Muy Valle-Inclán. Saca la rúa do Vilar dando el plano fijo de pueblo en un norte desconocido (o no; me perdí los dos primeros minutos). Piedra mojada; después la fogata en el caserón, de noche, y la voz de Marisa Paredes que se quiere parecer a la vieja criada gallega, fiel, que todo señorito psicópata podría tener y seguramente tenga. Hasta el encierro es muy gallego. Basta que al niño le salga a uno con mucho pelo para que lo encierre en algún sótano. Después de Buenos Aires y la propia Galicia en los sótanos es dónde mayor número de gallegos hay. Puede que sean los gallegos más sensatos; comen poco y tienen tiempo para pensar.

Por lo tanto, historia oscura, cielo gris, algo parecido a una ciencia-ficción pasional que le sale al manchego, y un final que tiene que provocar, sí, risas, carcajadas, ataques epilépticos. No por sorpresivo. O esto o lo otro. Siendo lo que es, el gran momento está en las caras de los personajes que no saben nada de lo que ya sabemos. Imaginamos lo que tienen que pensar; lo que tiene que contar la mujer es imposible de creer. Nosotros lo sabemos, Almodóvar lo sabe y la propia protagonista lo sabe, que se hace brillar mucho los ojillos, entre llorosa y androide, muy maquillada. Lo que no se acaba de saber es si hay que reír o llorar, o reír llorando, o viceversa. Al tipo que se dedica a escribir de películas esto le tiene que turbar mucho. 

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