7/7/11

Pelos

UN diario que sea, antes que nada, las ganas de escribir. Lo que aburre de muchos diarios es lo que suele aburrir al propio escritor de diarios, que son las deudas con el diario. Deberle los días que no se cuentan. Deberle lo que pasa y no se cuenta. La vida va demasiado rápido para el diario y el diarista siempre le debe algo al cuaderno. Por una parte eso funciona como acicate para escribir, pero también es una hipoteca. Es una confesión obligada y que leemos como tal. Una de las cosas que más me gusta de los diarios de Cheever es que nunca parece deberle nada al diario. Lo usa como un pañuelo, como un descanso, como un amigo o como una oreja, e incluso como un/ una amante. Claro que todo eso no se escribía para ser publicado en vida. Era un desahogo al margen de su vida profesional como escritor. Casos de Kafka, Bernardo Soares (Pessoa), tantos otros. Es en todo caso, el de Cheever, un diario en voz baja, que son los que me gustan. Hay diarios que se escriben a gritos, como en una sobremesa de diez o doce en la que se cuentan anécdotas de final hilarante. O un chismorreo de patio interior, aunque en lugar de señoras haya catedráticos o poetas.

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PASEO por los periódicos digitales sorprendido con la publicidad de Casa del Libro. No porque una y otra vez en páginas muy distintas me asalten los mismos libros y autores que me gustan (la primera vez que me di cuenta pensé que ya era casualidad que publicitasen esos libros). No, extrañado porque son los mismos libros que ya tengo, que ya les he comprado y que no voy a volver a comprar, por mucho que insistan.

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ENTRO en la peluquería, en una peluquería, no en la peluquería de siempre. Porque de vez en cuando hay que ser infiel, aunque sólo sea al peluquero, y porque tengo prisa y pasaba por delante de una peluquería y quizá porque ya no tenemos mucho de qué hablar, mi peluquero y yo. Ya lo hemos hablado todo. En realidad es ahora cuando podría sacarle más partido al peluquero, ahora que lo hemos hablado todo. Y por el mismo precio de un corte de pelo llevarme algo más que una conversación de peluquería. Que diría Canetti, la 'máscara acústica' del peluquero. El fútbol, el anecdotario neutral, el chisme local, no siempre interesante. El peluquero, a poco que tire, podría sacar mucha vida del cliente. Lo que me podría contar el peluquero, si quisiera.

Precisamente tengo en el bolsillo de la cazadora Las voces de Marraquech/ El testigo oidor, de Canetti, que leo mientras espero mi turno. Aquí hay peluquera, pelirroja y ancha. Trabaja con celeridad, ensimismada y respetando el zumbido de helicóptero del secador. Tan a lo suyo estaba que cuando entré le di un susto. Abrió la boca y los ojos al verme, como si fuese el mismísimo Frankenstein.

Como es una peluquería mixta las mujeres me ignoran o simplemente me odian, por penetrar en su territorio. Todo el mundo sabe que una peluquería mixta es una peluquería de mujeres en las que no está prohibido que entre un hombre. Yo tengo prisa y por aquí cerca sólo atienden peluqueros falangistas en barberías carcelarias.

Una de las mujeres tiene papeles entre los dedos de los pies, descalza, las uñas pintadas de rojo marujito. El pelo se lo alisan, tras una ola de rulos. Es una decoración un tanto gótica la de este local, y da a todas una sombra de vampiras somnolientas. Sale una con un tarro enorme de crema o de algo, después de anunciar a todo el mundo que no tendrá dónde guardarlo. De dos tijeretazos me deja cara de enfermo mental grave, como recién lobotomizado. Hablamos de fruslerías, mientras las clientas se pasean por el local con los pelos a medio hacer. Una se atreve a barrerme las madejas caídas. Hace un montoncito, como de hojas negras. Es rara una peluquería en las que los clientes cogen la escoba y barren. Después me masajea la cabeza, casi el cerebro, con la escusa del lavado. Esos masajes son una auténtica exageración. Uno no sabe qué cara poner, si la sincera de placer o simular indiferencia, siempre mucho menos escandalosa. Al salir a la calle la gente nos mira con cara de estar juzgando al peluquero. Lo que nunca sabemos es qué nota le ponen.


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