9/7/11

El dichoso códice

HABRÁ quien piense que la realidad imita a una novela de Javier Sierra, pero por supuesto a Javier Sierra nunca se le ocurriría contarnos la historia de un códice robado en la catedral de Santiago prestando la atención debida a lo importante, que no es el Códice ni unos ángeles ni el demonio con el pelo teñido de rubio oxigenado, sino todos esos seres vivos racionales que lo custodiaron, lo robaron y lo ahora investigan y se lamentan. El dichoso Códice. Yo veo una película de Berlanga. La realidad tiene mejor gusto y siempre tira al cachondeo.

–¡Han robado el Códice, Monseñor!
–¿El Códice? ¿El Calixtinus? ¿El auténtico?... ¡La madre que nos parió!

Y lo único que importa de ese Códice es que es el auténtico, porque copias hay. Todos esos siglos encima. O mejor dicho; todos esos siglos impregnados en la cosa. Lo que nos interesa es que haya pasado todo ese tiempo por encima de esas páginas. Es la confirmación de que ha existido realmente ese siglo, ya remoto. Uno se pone los guantes blancos para que no se le deshagan los dedos de la mano al contacto con tantos siglos. Algo tangible, algo delicado, algo hecho por otros hombres, quizá menos chapuceros. La copia puede ser indistinguible del auténtico, a simple vista. Pero, ¿qué nos importa la copia? La copia la ha hecho el vecino, y el vecino no es más que nuestro vecino, un gilipollas o no, uno que ni siquiera ha tenido la decencia de morirse. El tiempo es lo importante. El tiempo aristocratiza los objetos. Qué palabra, una nobleza, digamos, que adquieren las cosas, un amarillo sabio. Si algo, un libro, llega hasta nosotros desde un pasado tan lejano ese algo se convierte en un objeto mágico. Admiramos siempre un poco al que se muere, como admiramos lo que nos dejan los muertos. Las fotografías son, por ejemplo, más auténticas, más reales, cuando retratan a alguien que ya ha muerto.

Yo creo que podemos seguir viviendo sin el Códice. Uno se acostumbra a todo. Si tenemos dos riñones, bien; si tenemos uno, pues bien. Y además, a nadie parecía importarle demasiado la cosa hasta que la robaron, como a nadie le importa demasiado el expolio de tantas y tantas iglesias casi abandonadas a su suerte.

No hay comentarios: