29/7/11

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AL principio no lo reconocí. Están esos segundos en los que una voz y una cara no acaban de emparentarse con ninguna voz ni ninguna cara que pueda llamarnos por nuestro nombre. Ahí está nuestro nombre, en el aire, sin nadie reconocible que lo haya pronunciado. Después sí, se acerca, alguien. Es toda una cabeza de rizos haciéndose una cabeza setentera, pelo un poco a lo afro. De estatura, tirando a bajo. Un fantasma del pasado bajando las escaleras en la biblioteca. No está más gordo ni se le ven canas. Lo único, unas gafas más gruesas, casi de culo de botella de anís. R. es alguien que parece sacado de unas memorias de Baroja, esos tomos en los que saca tíos muy extravagantes, poetas de absenta y perdidos de la literatura y de la vida. Pero lo de R. es menos bohemio, al menos esa bohemia buscada, de hombre tocado por los dioses o besados por Victor Hugo en la frente. De la literatura R. nunca ha esperado nada, que yo sepa. Y de la vida, creo que tampoco. Lo recuerdo traduciendo el Ulises de Joyce al gallego. Aquel intento de Otero Pedrayo había sido una mierda. Y lo hacía como el que construye casitas de palillos, o mete barcos en botellas, por tener algo que hacer. Se sentaba ante una tabla que hacía de escritorio con varios diccionarios y el cigarro siempre en los labios, como un albañil. Los ojos entornados, pasando hojas con nerviosismo, como si la palabra buscada estuviese a punto de salir volando y tuviese que apurarse. Yo creo que haría con su vida unas memorias muy colmadas de desgracias.

Cuando estudiaba Biológicas se paseaba por la playa en invierno buscando moluscos, o por el campo estudiando bichos, como un Linneo que sale a clasificar el mundo. Ya no sé si lo imagino o lo recuerdo con un escarabajo en la mano, entusiasmado con no sé qué cosa del bicho, y tartamudeando. Tanto profundizaba en algunas asignaturas que suspendía siempre.

El día que lo conocí, charlando, me soltó que acababa de venir del psiquiatra. Le habían diagnosticado hace tiempo, palabras que pronunció con mucho respeto, un Episodio Depresivo Mayor de carácter galopante. Me impresionó lo de galopante. Me sonaba, supongo, a incontrolable. Hablaba de ello como el que habla de su diabetes.

No sé, no se puede decir que le vaya muy bien. Le van a operar de cataratas, no tiene trabajo y tuvo que volver a casa de sus padres. Anda por los treinta y cinco. Todo va a depender de la operación, su vida futura, dice; me habla de un desprendimiento de córnea anterior que lo complica todo. Una operación de córnea ya remota, pero que tiene su importancia para ésta que le espera. Me dice que ve muy mal, que se choca con las farolas, que se cayó sobre unas rocas cuando bajaba por una finca. Se hizo un buen tajo, se lleva la mano a la altura del riñón. Estamos al lado de la cristalera y pasa una tipa impresionante por la acera, pero él ni se inmuta y me da apuro preguntarle si la ve. De los pocos trabajos que encontró lo echaron a la semana. No se aclaraba, y se señala los ojos. Si todo sale mal intentará que le den una pensión por la minusvalía.

Está buscando un libro de la editorial Acantilado. Algo de la Grecia clásica. 

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