26/7/11

478

De vez en cuando, en este país, aquí al norte, no tan al norte (está Portugal al sur, estamos nosotros, está el mar y está Irlanda) tenemos saudades de una vida de emigrantes que no llevamos. Sobre todo en verano. No sé porqué hablo en plural. Quizá por los comentarios resignados que se escuchan por ahí. Echo de menos el calor. Quiero que me sobren hasta los calzoncillos, pero no me sobra nada. Hasta los calcetines no me sobran. Aquí nadie se presenta con abanico. El otro día, hará un mes quizá, vi a una mujer cruzando un paso de cebra mientras se abanicaba, como hipnotizada por los silbidos del semáforo. Me pareció muy exótico. Debe estar bien vivir en un lugar en el que las mujeres se abanican mucho. A veces me olvido cómo era sudar. Sudar sin hacer nada. Sudar por sudar. Podría salir a correr, aprovechando el mediodía, pero las pocas veces que he ido a correr tengo la estúpida sensación de estar escapando de algo que no tiene muchas ganas de perseguirme. Me recuerda a aquellas tardes de infancia en las que alguien huido o escondido al que coger o descubrir se le abandonaba por aburrimiento, por desgana, por hambre, por calor mismo. Entonces, mientras el juego se evaporaba en el aire había uno que no sabía nada y que se empeñaba en solitario en no ser descubierto, en aguantar, en ganar, hasta que acabada la paciencia salía protestando, viendo que ya nadie se acordaba de él.

*

Hacía mucho tiempo que no abría un libro de Azorín. Me acordé ayer de echarle un vistazo a ese primerizo "Diario de un enfermo" y encuentro esta anotación de principio:
"¿Qué es la vida? ¿Qué fin tiene la vida? ¿Qué hacemos aquí abajo? ¿Para qué vivimos? No lo sé; esto es imbécil, abrumadoramente imbécil. Hoy siento más que nunca la eterna y anonadante tristeza de vivir. No tengo plan; no tengo idea; no tengo finalidad ninguna. Mi porvenir se va frustrando lentamente, fríamente, sigilosamente."

Después, tanto no se le frustraría el porvenir.

No hay comentarios: