24/7/11

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El malditismo más ortodoxo. Hasta el final, a los veintisiete años. Así nos han contado la historia de la Winehouse, muerta ayer. El periodismo o el pseudoperiodismo ya la habían enterrado hace tiempo. Pero el periodismo y el pseudoperiodismo son un coñazo. Muerta estaba, al parecer, y en su último casi concierto se la vio mareada sobre unos tacones. No pudo salirse ni una línea de lo que se esperaba de ella. Quedan los abucheos, como último apunte. Parecía ya uno de esos pozos petrolíferos que no van a dar más de sí. Faltaba decir que esta vez sí, se ha acabado, y se ha acabado. Ya ni escandalizaba, y esto es quizá lo que no tiene perdón. No caer en la rutina madura de la cantante con rancho y rodeada de ovejas y felicidad, sino entrar en esa cosa de hundirse joven, predeciblemente, haciéndose un hígado apestoso en poco tiempo.

Más que su voz, y mucho más que sus dos discos, me gustaba de la Winehouse ese aire de pequeñahijadeputa cantando un karaoke en un festival de instituto. Flexión de rodillas, cuerpo yonqui de la aristocracia yonqui (nada de donsimones), y esa dentadura que se da mucho en las grandes voces. Dientes grandes casi montando el labio. Peculiar. Y después la cabeza, un monumento. Así es la vida y la muerte en el papel couché. La niña, una pena siempre. 

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