12/7/11

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DE Bernhard dice Cecilia Dreymüller, que escribe en el Babelia la reseña sobre una edición de su poesía, que no entiende cómo este autor pudo haber calado tanto en España, alcanzado un estatus de autor de culto. No parece que le guste mucho el libro que reseña, o el autor. Dice: "precisamente un escritor tan desmedido, amanerado y en el fondo antimoderno".

Efectivamente, un maestro. Estoy leyendo Trastorno.


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LO serio. Hay un mártir (morir en la carretera es una muerte lo bastante idiota como para recordarnos a un mártir), está el famoso, que iba borracho y a una velocidad inadecuada, y después está Ana Rosa, o doña Etcétera, que señala y juzga, como un dios en el cielo debatiendo con los apóstoles. No he seguido nada el caso. Ahí es donde se le ve a uno la desconexión con la realidad. Sé que murió un señor y sé que el torero salió del hospital en silla de ruedas, agradecido a Dios (esta vez sí el verdadero) y a su Mercedes, su ángel de la guarda.

Yo, que soy pueblo, me indigno mucho con el famoso, sobre todo si es torero. Al torero no lo soporto, menos aún que al toro, que me parece un tren con cuernos y sin conductor. El torero, como ciudadano, siempre me pareció un residuo de ese analfabetismo tan español que tanto valía para domar la vida como para domar a una moza olfativa. Un analfabetismo muy presumido, casi fantástico, como base teórica para ascender en la vida a fuerza de portazos y tocarse mucho la huevada. Toda la erótica del torero viene de asignar al que se mezcla con toros la virilidad de ese bicho. Es simple condicionamiento. Recordemos la baba de perro y Paulov, atando cabos. El torero entonces vendría a ser un toro humanizado, ni siquiera en cuerpo en alma, sólo en cuerpo. Por supuesto todo parece indicar que el toro es un ser mucho más reflexivo que el torero. Puede que haya un traspaso de poderes: mientras el torero se torifica y vive su vida de animal divorciándose una y otra vez y haciendo hijos, el toro se humaniza viviendo sus últimos minutos aterrorizado por la brutalidad que le rodea.

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LOS límites de Rosa Regás. Esta mujer es un fardo para la inteligencia humana, para la evolución de la inteligencia como especie. No tiene nada que ver con ser mujer. Si no fuese mujer querría ser negro, o gallego, para esconder su falta de luces en una supuesta condición marginal. Ser mujer no le libra de ella misma ni de sus artículos de pija boba y demente. A lo mejor tampoco es para tanto; sólo reclama el derecho de las mujeres a liberarse de las cadenas que la vida les impone atreviéndose a correr a doscientos cincuenta kilómetros por hora por alguna carretera o autopista y a poder ser con setenta y siete años de edad. Porque las mujeres, y más todavía las mujeres mayores, también tienen derecho a poner sus utilitarios a doscientos y pico, y quizá matar a cualquiera que se ponga delante como hacen por tradición los machos de la comunidad. Sólo le faltó pedir el derecho a hacer todo eso borrachas y con un parche en el ojo, como el que lleva José Javier Esparza.

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Últimamente paso tanto tiempo dudando sobre el título de una entrada como escribiéndola. Si tratas un tema el título sale rápido, pero cuando no escribes de nada y de todo un poco, titular es un trabajo absurdo. Dejo el número de la entrada, al menos mientras no salgan artículos y sí estas notas más o menos cortas. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un maestro, en efecto.