5/6/11

Gages del oficio

Ya de pequeño le gustaba jugar a ser jefe de estado.

El Rey es ante todo una superstición, y últimamente una superstición cabreada, con la rodilla descompuesta. Quiero decir, el Rey, o rey, que conozco de la televisión, esa camisa blanca en el yate o ese saco militar muy planchado. Rey, con mayúscula, para entendernos. Que yo tampoco soy mucho de reyes, como esa señora que decía el otro día en una librería; Ay, hija, yo es que no soy mucho de Nietzsche.

Efectivamente, no seremos mucho de reyes casi ninguno, pero hacen unas bodas muy monas y entretienen con su prole más o menos fotogénica las esperas en la peluquería, que no se va a llevar uno a Nietzsche a la peluquería, y menos si somos una señora con rulos, que ya se sabe que no escribió Nietzsche para señoras con rulos. En cambio, podría decirse que el Rey y su circunstancia (todo ese ADN real invadiendo el palacio y el mundo) es la tranquilidad y el aburrimiento de todas las salas de espera. Es en las salas de espera donde se evalúan de verdad todos los gobiernos y los sistemas políticos. Y es en las salas de espera donde el Rey se ha ganado la plaza de Rey, dándonos con su mirada vidriosa de hombre de gran hígado cierto ánimo para ponernos en manos del dentista o del cirujano o del masajista o incluso de la prostituta, por decirlo de la forma más profesional posible. Pero también es el aburrimiento de todos los nacionalismos y de todos los radicalismos al encontrar en este Rey a un tipo más o menos chistoso y apagado. Es el neutralizador de todo ello con su sombra de Rey que gasta bromas hasta a sus enemigos, y siempre con una gangosidad descolocadora del que nunca acaba de despertarse por las mañanas. Esto a cualquier nacionalista o republicano, si no le convence, al menos le aburre (esa falta de conflicto y mala uva) y con eso se va tirando. El Rey es el cordel en el dedo que nos trae al dictador, que hubo un dictador que delegó en él, pero también es el que no hizo ascos a los nuevos tiempos, sabiendo que democracia ya no era guillotina y que democracia podía ser yate y viva la vida. Es, sospecho, la derecha más o menos civilizada y pija, sí, de yate y verbena, que deja en evidencia a los energúmenos. Y de energúmenos está lleno el patio, con sus ladillas y su mala sangre.

Con el Rey se acabará algo. Puede que la transición. La transición acabó en su momento pero el que no acabó con ella fue el Rey. Él la personifica. Como un Bela Lugosi vampirizado por su personaje de Drácula, el Rey es un vampiro de la transición, y aunque los tiempos cambien él no ha dejado de meterse en su papel de hombre /hormigón que va por ahí tomando cafés con todo el mundo y dando palmadas en la espalda como si más que rey fuese el gerente de un club de campo. Mal no le ha ido, y puede que a nosotros tampoco. Al menos hasta ahora. Pasado lo de Tejero se le ha visto poco en lo importante a no ser para las firmas y los brindis y la navidad, y en eso ha estado fino, pues un tipo más movido hubiera durado tres telediarios. El Rey ha sido la transición andante, la memoria del acuerdo imposible finalmente posible. No está mal. Ha conseguido que siendo todos muy poco de coronas (menos Ansón y Peñafiel, dos hombres de su tiempo) se le vea como un mal por ahora necesario, o al menos un anacronismo soportable. Quizá lo que ya no soporta él es hacerse viejo sin haber dado un par de golpes en la mesa, que estará hasta las narices de hacer de Rey o de Drácula o de Chiquito de la Calzada. Gages del oficio.

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