7/4/11

Poesía y barbarie

Algún día no seré nada.


Mucho cuero para tan poco poeta. Pero eso podría decirse de muchos otros poetas. De Lois Pereiro nos quedan esas fotos de aldeano cosmopolita, viajado, con idiomas más o menos, triste siempre, desfallecido. Con la tristeza crónica del convaleciente de amnesia, y del que no se la puede sacar de encima ni ensayando una cara de quinqui ante el espejo. En las fotos, Pereiro, ya adulto, es el punki a punto de desmayarse que padece del estómago. Después será el hombre enfermo, doblemente enfermo, triplemente enfermo. Traerá la febrícula y la maldición urbanita a la literatura gallega, tan sobrada de profesores y de señoras que vuelven de pasear al perro. Decía Pereiro; “O problema da literatura galega é que é una literatura demasiado profesoral e iso impide que se entronque coa vida.” [1996] Cierto Pereiro, todos tuvimos profesores que eran los mejores novelistas o poetas gallegos. Y de ellos sale una literatura de tiempo y silencio, de paseos por el bosque buscando setas y de señores con una lupa estudiando un grillo. También aparece una guerra civil que no hay quién la entienda, como contada por Juan Goytisolo antes de irse al desierto. Faltaba urgencia, humillación (tan importante esa quemazón), y quizá venas. Las venas las pone Pereiro. Su poesía nos trae toda esa parafernalia de unas sábanas revueltas a media tarde, la lírica resacosa del casi nada. Son también esos gestos de una mano al fumar, vemos, poemas como rescatados de alguna escombrera de versos malditos. Son libros, los suyos, con grandes espacios en blanco y citas en alemán. Versos así como huidos, esquivos, un poco impresentables, donde se mezcla el infinito de toda la vida con los restos de una mala noche. Pero eso ya es para gustos. Muy distinto en todo caso al afán de un profesional del malditismo como Leopoldo M. Panero de encontrar a satán en una caca fresca una y otra vez. Bueno, lo que sea. No nos vamos a poner ahora a analizar la poesía de este hombre. Yo hubiera preferido a un Pereiro de espejo y diario, de ojos y diario, tipo seco como era. Lo que nos sobran son poetas. Una lengua se construye en prosa. La poesía es un lujo.

En todo caso Pereiro nos da la imagen del poeta yonqui que toda la literatura necesita, y la gallega no iba a ser menos. Es más, la literatura gallega tenía (o tiene) necesidad de maldito si cabe más que ninguna otra, porque aquí todo el mundo ha estado muy sano siempre y todo el mundo ha sido de buen comer. Tenemos una poesía afligida y mareada antes de las comidas y una poesía de siesta y suicidio después de las comidas, porque después de comer se le da al poeta por suicidarse inmediatamente, aunque acabe al final echándose una siesta, para hacer la digestión del cocido.

Este año el Día das Letras Galegas está dedicado a Lois Pereiro. La Real Academia Galega tira la casa por la ventana. Pero no porque Pereiro sea un ilustre ya, todavía de anteayer el entierro. Pereiro es, más que una obra, una biografía, o mejor dicho, una fotobiografía. La gran obra de Pereiro es su cuerpo. El reportaje que recoge desde ese niño impaciente y rabioso por salir corriendo de la foto para subirse a los árboles hasta ese adulto enfermo y transparente, una radiografía de sí mismo, y eso emociona más que cualquiera de sus versos. La poesía era “un xeito de fuxir da barbarie”. Pero la barbarie se lo llevó por delante.

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