¿Qué coño está pasando en Ciudad Gominola?
Lo primero es: ellas no están allí. Podrían estar, pero no están. Después pienso en todo lo demás.
Supongo que pocos minutos después del terremoto ya habría colgados videos y comentarios en la Red. La noticia retransmitida en el acto. Antes incluso de que el terremoto acabase de derrumbar todo lo que había venido a derrumbar. Es la inmediatez literal. En una de las imágenes que ponen en los telediarios vemos cómo tiembla una oficina (quizá de una cadena de televisión), y van cayendo torres de papeles, libros, pantallas, etcétera. Algunos están de pie, con las manos sobre la mesa; otros sentados, mirando a todas partes, por si el techo se les viene encima. Cuando los temblores parecen más fuertes veo que uno empieza a teclear en su ordenador. ¿Qué está haciendo? ¿Está buscando ya en Google la noticia que él mismo está viviendo? ¿Está, acaso, el tipo, buscando cómo va a acabar todo? Seguramente ya este dando la noticia de su muerte en Twitter.
En otro video, un hipermercado. Las empleadas, con mascarillas (¿?), sujetan con sus manos las estanterías. Dan ganas de abofetearlas. Alguna botella de vino se cae y se rompe contra el suelo. Soportan con paciencia el meneo de las estanterías. No les importa, parece, morir aplastadas por latas de comida para gatos. O peor aún; para perros.
Se habla de la educación de los japoneses. Viven desde pequeños inmersos en la cultura del terremoto, de la catástrofe inminente. Así que al sentir los primeros temblores pensarían; Otro terremoto. Y después, cuando la cosa no sólo no se extinguía sino que iba a más, pensarían; Ya está, ya ha llegado.
Lo más repugnante en los medios que informan sobre el terremoto; la noticia económica. Siempre hay una noticia económica miserable que nada más enterarnos de la catástrofe, o revolución, o guerra, terremoto en este caso, ya nos está adelantando las consecuencias económicas del suceso. Como si eso fuese lo que más nos importase. Como si todos fuésemos una especie de especuladores internacionales que viven pegados a la pantalla del ordenador viendo cómo suben o bajan las bolsas del mundo y frotándonos las manos de gusto o echándoselas a la cara de disgusto dependiendo de lo que pasara. En El País: “El terromoto llega en el peor momento para la economía japonesa, acuciada por su alto nivel de deuda.”
Ni siquiera sabemos cuántos muertos hay. Que los cuenten primero, al menos. Yo, a la Bolsa, ese ente misterioso (esa mano invisible siempre tira para el mismo lado, como los carritos del super), le diría: Espera a que acabe de una puta vez el terremoto y después nos cuentas lo que te debemos.
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