LA COSA NUCLEAR de Fukushima tiene un aspecto lamentable. No sabemos si ese humo blanco que sale es aire radiactivo, vapor de las duchas o restos de una fogata inofensiva. No hay esquina del bicho que no esté tocada. Lo que era cubo perfecto es ruina, papel vegetal arrugado, meado ya, retrete público atascado por un inmenso zurullo que nadie es capaz de neutralizar. He visto en la tele a un profesor de Física Atómica que ha asegurado que la NHK está mintiendo y que la fuga radiactiva ya se ha producido o se está produciendo. Lo decía con mucha gravedad. No es para menos. Le he visto cara de enterrador, de enterrador buena persona, como el que echa su tierra con el respeto que merecen los muertos y se lamenta de las vidas arrebatadas por la guadaña. Esos camiones de bomberos y esos helicópteros echando agua sobre el núcleo candente le parecen una engañifa; un espectáculo para que nadie les culpe cuando pase lo peor; es apagar un incendio en un bosque con un botijo. ¿Qué pensar? Pensar es malo y no sirve para nada en estos casos. En casi ningún caso. Si queréis pensamiento ahí tenéis en la Web hordas, cientos, quizá miles de pensadores anónimos (pero con nick) denunciando las vanidades del mundo en los sótanos de algún blog famoso. Así que hablamos con Tokyo; aceptan lo que tenga que pasar. Sonríen. Los niños de la familia se van a pasar el fin de semana a Kyoto, más al sur, de vacaciones. Los demás se quedan. Se queda todo el mundo. No van a moverse. No hay éxodo, a no ser de extranjeros. Tokyo no se mueve. Eso es lo que yo sé, lo que ellos saben o creen.
Entre el histerismo occidental y el estoicismo japonés me quedo con la pena, esa pena un poco borracha, de borracho ocasional, sin ir más lejos, y que sólo es mía, de ella, nuestra. Le digo entonces, que todo se acabará arreglando, qué voy a decir, aunque no se arregle, y que dentro de poco la noticia dejará de ser Japón y entonces todo volverá a su cauce; la atención estará en otra parte, otro apocalipsis cualquiera en otro lugar del mundo (quizá se vuelva al hundimiento general de España, punto y seguido), y a los japoneses les dejarán en paz sufrir su fin del mundo, como a cada hijo de vecino, aceptando con verdadera valentía el precio que haya que pagar por lo que llamamos progreso, pero también, seguro, para levantarse otra vez a esperar otro fin del mundo mientras fabrican coches, duermen en el metro al volver de sus trabajos y comen bolas de arroz envueltas en alga bajo los cerezos en flor. Salud.
SE REEDITA “El gato encerrado”, el primer tomo de los diarios de Trapiello. Me sigue pareciendo muy bueno. Es el tomo que más he releído, el único que he releído entero. Pero ni creo que sea el mejor escrito, aunque esa prosa ya está ahí, sin duda, ni el que alberga las entradas más famosas y descacharrantes (cómo no acordarse de Gimferrer), ni por supuesto se le ve al escritor la seguridad y el alcance y quizá la ambición de otros tomos. Pero sí, no le sobra nada. Es un libro casi derrotado. Vacilante, a vida o muerte, pero sin apuro. Está escrito desde la nada. Siempre se escribe desde la nada, pero hay nadas más nadas que otras. Es más íntimo que ninguno, aunque sea el principio de una intimidad, no del yo, sino de una, tan bien nombrada en la solapa, verdadera “literatura del tú”.
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