3/3/11

¡Comed más fruta!

A ver quien es el guapo que convence a estos para que se indignen. Bueno, quitarles las drogas y la música y ya veréis el cabreo que pillan.


NO LE NIEGO BUENAS intenciones al hombre, un anciano de 93 años, e incluso tiendo a creer que de un anciano, de cualquier anciano, podríamos aprender a restarle importancia a tantos asuntos mezquinos en los que gastamos nuestras vidas. Ellos ya han gastado las suyas, quizá puedan decirnos cómo no caer en los mismos errores. Una vida más sabia. Aprender a vivir mejor. No encuentro por ninguna parte al anciano vivo y sabio de la tribu que nos informe, que nos aconseje. Los sabios que conozco están todos muertos y ellos me informan. Pero quiere creer uno casi que cualquier anciano podría ser perfectamente un alegre y nostálgico anarquista, un indiferente, un bendito, un maestro. Ese alegre y quizá nostálgico bendito, ese maestro anarquista, indiferente a las paridas diarias del mundo, no existe o no se deja ver. Por alguna razón los ancianos no tienen tanto que contar, y lo que tienen que contar muchas veces está deformado por las arengas radiofónicas y los discursos ideológicos de uno u otro gran grupo mediático. Los ancianos son tan mortales como nosotros; puede que más. En fin, una pena.

Es la vejez que nos espera, eso en el caso de que lleguemos. Se diría que la vejez nos empuja a supervisar obras públicas por los agujeros de las vallas y a echar pan duro a las palomas en los parques mientras charlamos con otros ancianos de lo mal que mal que el mundo se administra y en concreto el ayuntamiento en el que se vive. El adolescente suele ser un bárbaro, incluso un gilipollas, como nos decía un profesor a la cara con una sonrisa cuando éramos adolescentes y supuestos gilipollas. Pero yo tiendo a ver en esa rabia adolescente y gilipollas más verdad y valentía que en el puño anciano golpeando la barra del bar. Sí, la rabia casi siempre es mala consejera, pero sin la rabia no somos más que corderos que se creen muy libres. En su libro “¡Indignaos!” yo no sé qué cuenta Stéphane Hessel, pero no es difícil imaginárselo. Incluso me parece una redundancia el título. Me lo tomaría como un insulto si tuviese ganas. Lo hojeo, y me acuerdo de ese camión de fruta bastante conocido en esta ciudad que lleva un letrero enorme en el que dice: ¡Comed más fruta! Si de algo no tiene uno ganas al ver el camión es de comer más fruta. Qué somos, para que se nos ordene de esa forma (¡entre exclamaciones!) que comamos más de esto o de lo otro.

¿Que me indigne? Pues, hombre, si me da la gana.

Ese apostolado me irrita. Cualquier apostolado. No faltarán voluntarios para decirnos lo que tenemos que hacer y cómo tenemos que vivir como para que además vengan también a decirnos cuándo y por qué cosas hay que indignarse. Sé positivo, sonríe, da muchos abrazos, come fruta, haz deporte, indígnate, ponte moreno.

Pues eso, ¡indignaos!, si os apetece. Yo soy de los que nunca dice nada entre exclamaciones. Espero que haya un incendio para estrenarme.

***

EN "DESGRACIA" DE COETZEE, que acabo de leer hace un par de semanas; al protagonista su hija le reprocha que no tenga una conciencia muy desarrollada respeto a los derechos de los animales:


Perdóname, hija, pero me cuesta un gran esfuerzo interesarme un poco por esta cuestión. Es admirable lo que tú haces, lo que hace ella, pero los defensores de los derechos y el bienestar de los animales a mí me parecen un poco como cierta clase de cristianos: todos tienen mucho brío, mucho ánimo, y tan buenas intenciones que al cabo de un rato a mí me entran ganas de irme por ahí y dedicarme al saqueo y al pillaje. O dar de patadas a un gato.
[Pág. 90. Desgracia. J.M. Coetzee. Mondadori]

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