18/2/11

McLuhan redivivo

Una anotación en el diario de Cheever, que estoy leyendo con mucho gusto ahora (no como hace tiempo): “¿Quién quiere enamorarse? ¿Quién puede desear la espera de una voz, unos pasos, una tos? ¿Quién lo desearía?” [pág. 255, Emece].

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“JOHNSON: ¿Y por qué iba usted a escribir lo que digo yo? BOSWELL: Escribo lo que dice cuando es tan bueno que vale la pena conservarlo.”

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No hay duda de que navegar por la Red es una manera de estupidizarse tan buena como otra cualquiera. ¿Quién no lo ha comprobado? Perderse es facilísimo.

Pero hay muchas otras formas de estupidizarse. Podemos decir que infinitas formas y sistemas que contribuyen a acercarnos a ese icono maravilloso del ser de cara flácida e impertérrita con la boca ligeramente abierta y labios babosos. Pero, en fin, no nos echemos las manos a la cabeza, como hace Nicholas Carr en su libro “Superficiales” “(Ariel, 2011).

El problema, por supuesto, está en nosotros, no en la Red. Y además por todo hay que pagar, de una u otra forma. Si puedo tener este espacio para escribir lo que me venga en gana es porque tiene que haber otros melones haciendo muchos clics por ahí.

Resumiendo lo que dice Carr: Durante siglos nos hemos hecho un cerebro a base de estudio concentrado y dedicación a algo en profundidad. Cerebro creativo, productivo, etcétera. Una maravilla de cerebro. No nos ha ido mal desde Gutenberg, se supone. Hemos fabricado la bomba atómica y la hemos estrenado, además de algún que otro desliz genocida, pero también hemos hecho cosas buenas. Medio libro lo dedica Carr a enumerar todos los estudios científicos que corroboran la teoría de la plasticidad del cerebro. Según sus conclusiones, el cerebro humano es asombrosamente susceptible de modificaciones en sus circuitos neuronales (anatómicas incluso) según el uso que se haga de él. Si juegas al ajedrez te haces un cerebro para jugar al ajedrez, mientras que para freírte un huevo puedes ser un manazas. Si eres músico se te ilumina una zona del cerebro que permanece apagada para el resto de los cerebros no musicales. Si lees libros chispean unos caminitos de neuronas, y si lees en la Red, según algunos estudios que destaca Carr, se forman otros circuitos neuronales que al parecer tienen más que ver con la rapidez de percepción de estímulos que con la concentración lectora y reflexiva.

El problema ya no es el tiempo que uno dedica a la Red y no dedica a leer libros. Para Carr el problema es que haciéndose uno un cerebro navegador poco puede hacer con él después para sacar petróleo de las grandes lecturas, o de la simple lectura concentrada. Dice: “Google se dedica, literalmente, a convertir nuestra distracción en dinero.” [Pág. 193]

Lo cierto es que Google quiere movimiento. Cuanto menos te pares en una página menos clics potenciales para publicidad.

Que Google no es la Cruz Roja, joder. Ya se sabe. Pero ni la Cruz Roja es la Cruz Roja.

Me hace mucha gracia el siguiente fragmento. Lo copio, ni siquiera es de Carr. Es una cita de un tal George Dyson, que es invitado a Googleplex a dar una charla en conmemoración de Jon Von Neuman, físico de Princenton que en 1945, basándose en el trabajo de Alan Turing, elaboró el primer plan detallado para un ordenador moderno. En la frase anterior ya están los papás de la informática. Dos pirados. Al ver la sede de Google Dyson escribe: “Me pareció que el ambiente acogedor casi abrumaba. Felices canes de raza corriendo a cámara lenta entre los aspersores que regaban el césped. La gente saludando y sonriendo, juguetes por todas partes. De inmediato sospeché que un mal inimaginable estaba sucediendo en algún lugar de los rincones oscuros. Si el diablo venía a la Tierra, ¿qué lugar mejor iba a encontrar para esconderse?

Se lee mucho más rápido hoy en día, cierto. Pero eso no es malo; no necesito leer todas las palabras, sólo con verlas ya me basta, desde arriba, no línea a línea. Pero sobre todo libros como el de Carr, a medias entre el artículo científico, el relato confesional de una reunión de Alcohólico Anónimos y el grito desgarrador del loco de pueblo que saca la cabeza por la ventana para anunciarnos la llegada del apocalipsis.

A algunos no los leo; les veo la página, lo que redactaron. Hasta se entiende mejor lo que dicen.

Digamos que Internet es un mundo de perdición si no te drogas, no bebes, no follas y no acabas de tener ganas de leer libros. Es decir, si entre estar vivo o muerto no hay mucha diferencia. Si no tienes nada, al menos Internet es algo. O todo. Eso es malo. Como planeta a habitar es un poco una leonera. Para una lectura decente nueva que encontremos en la Red debemos pasarnos horas desechando basura.

¿Vale la pena? Allá cada uno que piense y haga lo que quiera.

Para Carr el problema no es tanto que los ordenadores algún día dejen de ser “más tontos que un corcho” como que nosotros nos volvamos máquinas, cerebros sin emociones que piensan de clic en clic. Más experimentos para probar eso, mete en el libro. Que si somos de silicio, que si ya no sudamos si no es cuando nos quedamos sin ADSL. En fin, ya se verá, porque por ahora sólo podemos hablar de científicos echándose datos a la cara unos a otros.

Lo que parece obvio es esto: “Más información puede significar menos conocimiento” [Pág. 257].

Desempolva a McLuhan.

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