16/1/11

Boswell y Johnson (1)


Me dije en aquel momento; ahora que estás enfermo y llueve (y no tienes nada que envidiar a los idiotas que salen a la calle), y te haces viejo poco a poco, pero también a toda velocidad, y de viejo te verás obligado a releer, sólo a releer, porque a partir de cierta edad no hay persona culta y distinguida que no dedique su tiempo a releer los clásicos y nunca, por supuesto, nunca, repito, los lea por primera vez como el pringado que espera a la jubilación para sentarse en su butaca de jubilado y abrir el mamotreto ya comprado hace veinte años, su Guerra y paz o su Anna Karenina o incluso, para el más osado, su Ulises, y aparezca así un día con la cabeza ladeada, no ya roncando plácidamente con el libro sobre las piernas, sino muerto y con un hilillo de baba sobre la página veintitrés de ese clásico que había dejado para su jubilación, y no ya para releer, como cualquier persona culta y distinguida, sino para leer, para leer por primera vez, cosa que ya nunca hará porque está muerto y dará una lástima infinita a sus familiares que sabrán que había dejado aquel clásico para la jubilación y que la vida es, por consiguiente, triste y todo eso que sólo nos hace olvidar una borrachera, y así, como digo, como me dije, ya perdido el hilo de la frase hace rato, pero no queriendo que me pasara nada parecido me levanté de la cama para coger, por fin, el Vida de Samuel Johnson, en la edición reciente de Acantilado, y me dije: Lee, chaval.

Eso hice. Por cierto, demasiadas páginas para tan poco cartón. Se me rompieron las tapas en la dobladura a poco de empezar.

*

La historia podía resumirse así: Érase una vez un gigante de las letras inglesas en el siglo XVIII y un aspirante a escritor; un día el joven y confuso aspirante logra arrodillarse ante el gigante y hacerse amigo de él. Años más tarde escribirá la biografía de su amigo. Varios siglos después será considerada la catedral de las biografías. James Boswell es el biógrafo; el gigante Samuel Johnson. El primero idolatra al segundo. Esto es lo primero que detecta el lector somnoliento. Johnson es el santo y Boswell el apologista. Pero, sobre todo, y esto tarda un poco más uno en darse cuenta; Boswell es un escritor nato. Y eso suple todas las carencias aparejadas a la ceguera de la admiración.

Siempre está bien ponerle cara al santo. Johnson es el gordito de la portada con el peluquín blanco tan dieciochesco o lo que sea (el retrato de Joshua Reynolds, arriba). Creo que le va muy bien al libro este retrato como portada; yo a Johnson lo veo como un tipo entre cabreado o feroz y cómico.

Johnson estaba ya muerto cuando Boswell escribe su biografía. El santo había sido un animal literario, pero antes de ser ese gran hombre de las letras inglesas etcétera, pasó una infancia de privaciones. Padre pobre, pero con libros, ya que era librero, sin talento para los negocios, con tendencia a la depresión o a dejarse estar en la cama, sin ganas de ver el sol. Johnson, por ADN o por simple contagio, padecerá crisis de abatimiento y melancolía o simple abulia que le creará no pocos remordimientos a lo largo de su vida. Será su tortura. ¿Bipolar? Quizá no sea para tanto. Lo que sí parece cierto es que nunca anduvo muy sobrado de dinero. Escribir es llorar hoy igual que ayer.

Boswell, en cambio, era un escocés de familia pudiente. Ya de adulto la cosa no le iría tan bien.

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La catedral de las biografías. Hasta la página 350, más o menos, me parece una biografía bastante aburrida. En realidad puede ser un desinterés personal; las infancias de los grandes hombres (o de los pequeños) contadas por otros me importan muy poco. Prefiero que me mientan ellos mismos sobre su infancia (caso Sartre, por ejemplo) que me digan la verdad otros sobre ello. Busco la página en la que esta biografía da un giro; es la 353, año 1763: Boswell conoce a Johnson.

"Éste es para mí un año memorable, pues en él tuve la dicha de conocer a este hombre extraordinario cuyos recuerdos ahora transcribo, hecho que siempre he considerado una de las circunstancias más afortunadas de mi vida. Si bien tenía yo entonces sólo veintidós años de edad, desde hacía ya varios años había leído sus obras con deleite y provecho, y tenía un grandísimo respeto por su autor, que en mi fantasía había crecido hasta tornarse una suerte de veneración misteriosa, imaginándomelo en un estado de solemne, elevada abstracción, inmerso en el cual lo suponía viviendo en la inmensa metrópolis de Londres." [Pág. 353, trad. Martínez-Lage]

A partir de aquí Johnson se torna real. Le quitamos la media a la cámara. Hasta este momento Boswell es el recopilador de todos los datos más o menos fiables y el escritor minucioso de la vida y obra de este hombre. Pero Johnson, digamos, no se hace corpóreo en este libro hasta que lo conoce Boswell.

La grandeza de esta biografía está en las notas que tomó de cada encuentro con Johnson. Ahí el retrato está vivo. Casi sentimos los torpedos de saliva de Johnson al explayarse en alguna taberna. Y además aparece Boswell en la biografía; ya forma parte de la vida de Johnson. Es coprotagonista. Se hacen amigos, comen juntos, discuten, se emborrachan.

Más que a un venerado autor ahora retrata a un amigo. La sumisión de Boswell y el miedo a la soledad de Johnson hace que en poco tiempo sean casi uña y carne.

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Aunque parezca obvio no siempre lo fue, al parecer. Boswell es un escritor impresionante. No es la sombra afortunada de Johnson; no es el amanuense voluntarioso y servil que está muy por debajo de su admirado biografiado. Ese era Boswell. No lo veo así. Al contrario; Boswell escribe para nosotros, está cerca de nosotros; Johnson, en cambio, es el Dieciocho. Johnson nos interesa como humano y por su conocimiento de lo humano, que nos llega principalmente a través de Boswell más que a través de sus propios libros. Se puede leer a Johnson, pero no se lee a Johnson.

Boswell ya está en el mundo que viene (admira en parte a Rouseau y Voltaire), y Johnson está anclado en el mundo que fue. Incluso el estilo literario de uno u otro difieren en ese sentido. El de Boswell es más un estilo de andar por casa, menos adornado.

Lo que nos interesa de ambos es que aparecen con todas sus debilidades y miserias. El talento de Boswell está en aparcar la veneración y contar lo que ve. También en no esconderse. Se cuela en la biografía del doctor.

Es, también, la biografía del bohemio. Temas; el fracaso; la amistad; la soledad.

Sobre todo el fracaso. Quién lo diría. Ambos se ven como dos fracasados.

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"En la posada en que almorzamos la señora dijo que había hecho cuanto estuvo en su mano para educar a sus hijos y que en particular nunca les permitió permanecer ociosos. JOHNSON: 'Ojalá, señora, me hubiera educado a mí también, pues he sido toda mi vida un haragán.' 'Estoy segura de que conmigo no lo hubiera sido.' JOHNSON: 'Desde luego, señora; eso es muy cierto; este caballero –añadió, refiriéndose a mí- también ha sido un haragán. Lo era en Edimburgo. Su padre lo mandó a Glasgow, donde siguió siéndolo. Vino entonces a Londres, donde ha haraganeado sin parar. Y ahora resulta que se marcha a Utrecht, donde seguirá siendo tan haragán como ha sido siempre.' En privado, le pregunté cómo había sido capaz de desacreditarme de semejante modo. JOHNSON: '¡Bah, bah! Nada saben de usted, y no volverán a pensar en ello.'" [pág. 431]

2 comentarios:

Jorge Ordaz dijo...

Estupendo análisis.
Saludos.

Mabalot dijo...

Pues gracias. Viniendo de un gran conocedor de la literatura inglesa no me sabe a poco el comentario.

Un saludo.