Nueva Orleans, tres meses después del Katrina. He ahí el espacio y el tiempo. Personajes de la serie: un negro trombonista de jazz bonachón y un poco sinvergüenza que se busca la vida día a día y al que le salen los hijos de debajo de las piedras; una violinista oriental tocando en la calle y sufriendo de pareja a un beatnik holandés, también músico callejero, que por supuesto ha venido a este mundo a comérselo pero que le pasa lo que a casi todos, que se le indigesta, y acaba, mirándose en el espejo de un retrete de un antro de mala muerte después de esnifar polvo de tiza. Un espejo sucio, además.
Más personajes; un escritor/ profesor de literatura bloqueado (la novela que ya no le sirve para contar lo que pasa a su alrededor, etcétera), bloqueado decía, ante el folio en blanco, pero suelto ante la cámara web, y se graba soltando soliloquios cabreados y con muchos tacos (que cuelga en YouTube) sobre la situación de Nueva Orleáns y la incompetencia del anterior presi de la nación en la gestión de la crisis. El tal George W. Bush, que es el malo/ tonto de fondo. Parece que Bush será un tipo recordado durante decenios.
John Goodman es tan buen actor (un verdadero animal) que empieza interpretando a un maniquí simpático y denunciador sumido en una crisis existencial y creativa, y acaba levantando a un personaje que se convierte en el centro de la serie. Al menos en el centro emocional. Y también moral; asume la destrucción de la ciudad como un daño personal, y su derrumbe es el fin de la Nueva Orleans de siempre, la de antaño y la del tópico, la verdadera y la de pacotilla. Nostalgia. El Katrina, a diferencia del tiempo que va arrasando todo lentamente, voló de un plumazo el pasado más inmediato de estos personajes. Los tipos se aferran a una especie de nacionalismo local. Están tocados, y el que representa mejor que nadie eso es el personaje de John Goodman. Treme es, sobre todo, el gordo, el enorme en todos los sentidos, Bernette /Goodman. Vaya apellido, qué carga y qué putada. A su lado los demás personajes son un poco personajillos, aunque Wendell Pierce haciendo del trombonista Antoine Batista está muy bien. Los demás van tirando, se fuman sus porros, se beben sus cervezas, se duermen sobre la sopa. Sobreviven en un lugar entre desolado y turístico; entre el caos, el musgo y el despotismo policial. Es Nueva Orleans después del apocalipsis.
Y después del apocalipsis continúa el jazz. La música está omnipresente. Al que no le guste ver a negros tocar trompetas, saxos, trombones y contrabajos o pianos, que no vea esta serie, pues buena parte de ella va por ahí.
Serie coral, por otra parte. Se conocen o no se conocen entre ellos; se conocerán, etcétera. Vidas cruzadas y todo eso. Cada uno con su drama.
Otros personajes: la que busca a su hermano desaparecido en la cárcel mientras pasaba el viento y el mar por la ciudad; el indio/ negro que cose su traje de jefe indio pase lo que pase para el carnaval (ahí Mardi Gras, llamado), y es una novedad para el poco informado, esa presencia importante de la cultura india en la tradición del lugar. Quizá el otro gran personaje de la serie sea ese DJ Davis, un vividor acelerado y bohemio que sólo atina a cambiarse el calzoncillo entre borrachera y borrachera; como gran fanático que es de la música no consigue pasar de un talento mediocre como músico, aunque lo suple por el buen rollo que tiene con todo el mundo y que le saca un poco de su vida con los bolsillos siempre vacíos.
Resumiría los atractivos de la serie en tres puntos; 1) Nueva Orleans después del Katrina; es decir, lo que la serie tiene de documental; 2) Negros hablando (sí, qué pronunciación) y tocando jazz; y 3) John Goodman haciendo de Creighton Bernette. Le sobra al tipo tanto talento como kilos.
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