21/3/10

El calzoncillo del revés

Hay días en los que uno va todo el día por ahí con el calzoncillo del revés. Al darnos cuenta, por la noche, queremos relacionarlo con lo que nos ha pasado ese día. Y todo cuadra.

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No volví a comentar aquí nada de "El ruido eterno", de Alex Ross. Aunque ya hace un tiempo que lo terminé sigo teniéndolo en la mesilla y vuelvo a él de vez en cuando. Copio nombres, releo reseñas sobre obras. Aparte de ser una magnífica guía sobre lo que dio de sí el siglo en lo musical, principalmente, está muy bien escrito, lleno de detalles fabulosos, de retratos magníficos. Podemos acercarnos al libro buscando información, pero da mucho más. Primero, un punto de vista diferente al habitual en la crítica de música; se salta el muro que separaba la música culta de la música popular. Puede que los primeros en saltarse ese muro fueran los compositores. Nunca fueron tan difusas las fronteras entre música culta y música popular. Segundo, se agradece también que Ross se libere de las "ideologías del estilo", como las llama él. Ese falso concepto de progreso, que en arte se tiende a ver como un más allá siempre (un más allá del precipicio), una obligación de continuar algo, de anclarse en lo más novedoso como el trampolín para el verdadero camino. Visión en túnel, podría llamarse. En fin, lo novedoso como valor sagrado. La vanguardia más superficial como la admiración del somnoliento que necesita el gesto, el susto, para que algo capte su atención. Después se vio que no lo que parecía más osado y rompedor y llamativo fue lo que definía un tiempo. Digamos que el siglo XX en ese sentido estuvo plagado de espejismos (como todos los siglos, sólo de este está todo más fresco). Hoy duelen más algunas cosas de Bartok, considerado en su momento un compositor en medio de campesinos, folclorizante, que no podía despegarse mentalmente de su país de vampiros, que algunos avances de Schoenberg con su dodecafonismo puro. Tanto uno como otro son dos grandes, sin duda, pero podríamos decir que tanto en música como en cualquier arte unos parecen componer en el laboratorio y otros en la calle. Unos usan los tubos de ensayo y otros los charcos y las corrientes de aire.

Buen libro para tener una visión general de la música del siglo XX.

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No teniendo la obligación de hacerlo van pasando las lecturas sin que dé cuenta aquí de ellas. Y en cambio me parece que no sabemos realmente qué nos parece un libro hasta que hemos escrito sobre él. Puede que haya libros de los ni tenemos ganas de saber qué nos parecen. Leo, pienso lo que pienso y me parece suficiente. Hubo libros que no supe lo poco que me gustaban hasta que escribí de ellos, y al contrario, libros que fueron creciendo según iba escribiendo sobre ellos. Lo mismo me pasa con algún grupo que veo en directo; me gusta, escucho mucho sus discos, voy a un concierto, me gusta el concierto, no hay ningún pero, y en cambio no vuelvo a escucharlo nunca más. Me pasó con el Sr. Chinarro; un concierto suyo, que estuvo muy bien, me liberó de volver a escucharlo, quizá para siempre. Es como un capricho del alma, o del subconsciente, o de la memoria ram. Uno no puede hacer nada por evitarlo. Algo deja de ser necesario. Algo provoca una pereza insalvable.

¿Qué decir, por ejemplo, de Mañana en la batalla piensa en mí, de Marías, y de Troppo vero, de Trapiello, libros, ambos, que he leído últimamente? En ambos tengo la sensación de que hay demasiadas palabras. Una devaluación de la palabra, una escritura sin colador, aunque ambos son unos prosistas cojonudos, posiblemente los mejores etcétera de la literatura española viviente (me parece), pero la tentación de saltar párrafos de vez en cuando es demasiado fuerte. Con el tiempo a las novelas se les ve muy bien el óxido. En la de Marías (escrita en 1994) hay partes muy buenas y partes ya oxidadas, en las que se mancha uno los dedos y que cuesta leer. No es que el ejemplar que leía estuviese muy rancio, o también (el azar nos da sus metáforas), sino que hay zonas de esta novela y quizá del arte de novelar de Marías que no es que se sostenga en su estilo, es que se enmohece por su estilo, precisamente. Cuando se pone estupendo al estilo le sobra estilo, le sobra Shakespeare, le sobra posteridad. La conciencia de posteridad en el estilo es lo primero que se oxida en un texto. Y tanto a Marías como a Trapiello quizá les sobre un poco de posteridad es estos dos libros. Por lo demás la parte en la que el narrador de Mañana en… se entrevista con el Único (supuestamente el rey Juan Carlos) de carcajada. Es el mejor Marías, cuando no pretende ser muy grave ni muy literario.

Porque hay fragmentos en ambos libros que lo compensan todo. Son música. Suenan dentro de nosotros como si los leyésemos en alto. Es imposible no enterarse de lo que nos quieren decir, y de todos sus ecos.

5 comentarios:

Randle dijo...

En mi caso fueron unas bragas lo que me puse al revés, se había ido la luz.

Anónimo dijo...

Sí es cierto a veces nos pasan cosas así de raras y graciosas. Muy bueno.
Saludos

Ana Julia dijo...

El anterior comentario es mío, de Ana Julia en Red. Es que no quiero que aparezca como anónimo

Mabalot dijo...

Saludos. Con la luz apagada y recién levantado hasta yo me puedo poner unas bragas. Bueno, tan lejos no llego. Retiro lo dicho.

Anónimo dijo...

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