Por la mañana, desayuno; café, tostadas con pan de ayer. No se ve un alma por la ventana. Es festivo. Tengo abierto un libro de estampas que se titula; Chinese. Propaganda posters. Son carteles graciosísimos, toda esa imaginería maoísta de rostros orientales sonrientes en las más variadas, pero siempre pedagógicas, situaciones. ¿Quiénes son nuestros enemigos? ¿Quiénes son nuestros amigos? Se trata de una cuestión de la máxima relevancia para la revolución. Con colores muy vivos, casi pop, y todo parece de otra Era, como si se tratase de una civilización antiquísima, extinguida. Mucha mujer con camisa de leñador y pantalones anchos y botas. Miran al horizonte mientras se limpian las manos al mandilón. Los niños recogen estiércol del suelo con unas palitas, o dejan que les corten el pelo mientras sostienen un fusil.
Se levanta ella y baja a coger el pan. Cuando sube me dice; Me ha pasado una cosa muy rara. ¿Qué? Me cuenta; bajaba las escaleras y vio que alguien, al otro lado del portal, manipulaba la bolsa de pan que nos deja el panadero (como se suele hacer en los pueblos). Entonces, abrió la puerta y vio a un tipo que se marchaba con nuestro pan. Tenía su coche aparcado, un Golf, y ya se iba a meter dentro. Así que mi mujer le dio una voz; algo así: Oye, ese es mi pan… Y el tipo se dio la vuelta sorprendido y se quedó de piedra. En ese momento no se le ocurrió hacer un corte de mangas y reírse, como los sinvergüenzas de las películas de golfos y bandas callejeras, ni amenazar, o discutir (la verdad, qué iba a discutir), o meterse en el coche y darse a la fuga con el botín. Volvió sobre sus pasos y le entregó el pan a mi mujer, quizá muy avergonzado. Imagino, en cambio, la cara de indignada que se le pondría a mi mujer. Al parecer iba bien vestido y no tenía pinta de estar muy necesitado. Pero al devolverle el pan dijo; Es que tengo hambre…
Entonces miro la barra que tiene en las manos mientras me cuenta esto; le falta la mitad. ¿Y el resto de la barra?
No contesta. Vuelvo a los posters chinos y no sé qué pensar. A veces es como si se me escondiera el significado de las cosas, como si hubiera algo oculto y se me escapara siempre. Estamos a punto de encontrar la clave de algo, o al menos una buena idea, pero me quedo gilipollas, con la mirada fija en algún punto imaginario. ¿Qué tendrá que ver la propaganda maoísta con el hambriento pijo largándose con media barra de mi pan? Supongo que nada, pero todo esto (sea esto lo que sea) me pone de mala hostia. En realidad, no entiendo nada. Puede que otro día al leer este texto entienda algo.
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