No era para dejarla a medias, tampoco, la novela que leía de Balzac y que critiqué aquí abajo. Hace unos días que la acabé y me reafirmo en la impresión que tenía a medio camino del final y que es más o menos lo que escribía en la entrada anterior. No hay un personaje que me parezca, no ya grandioso, sino pasable, desde el punto de vista literario y desde todos los puntos de vista. Papá Goriot no se me daba muerto. Vaya agonía, la suya y la mía. Todos hablan en esta novela un poco como esos que sortean jamones en las verbenas. Incluso los moribundos insisten en hablar con metáforas cursis que apelan mucho al cosmos, las estrellas y el sol. Rastignac es un aspirante a trepa que ni fu ni fa. No se nos deja de recordar que el pobre Eugene tiene un corazón de oro; es un ambicioso con remordimientos. Él se deja arrastrar por la marea de marquesas insolventes, por esa alta sociedad que le parece muy perra pero también el mayor éxito para un don nadie como él. Eso sí, ni una pizca de rabia, de mala leche, de terrorismo, de maldad, de sangre en las venas. Qué lejos de Julien Sorel. Y, por cierto, son de la misma quinta; Rojo y negro fue escrita en los mismos años (década de los treinta) y aún con todos esos restos de romanticismo que vuelven un tanto enfermizo el asunto amoroso, está a años luz de este Balzac. Tampoco nada que ver con los personajes de Galdós, que hasta el más idiota hace gracia y lo vemos. Si acaso se salva este Goriot es porque se habla mucho de dinero. El dinero es el gran tema del libro. El dinero es el gran tema de la novela del siglo XIX, y de todos los siglos. "El dinero es la vida. Con él todo se consigue." (página 232, Papá Goriot, Galaxia Guterberg, 1995)
El párrafo final está muy bien, cuando ya todo pasó y el folletín cerró el cortinaje (el muerto al hoyo y el vivo al bollo). Rastignac se queda pensativo, dispuesto a seguir peleando en una nueva novela:
"Al quedar solo Rastignac, dio unos pasos hacia lo alto del cementerio y vio parís tortuosamente estirado a lo largo de ambas orillas del Sena donde comenzaban a brillar luces. Sus ojos se fijaron casi ávidamente entre la columna de la plaza Vendome y la cúpula de los Inválidos, donde vivía aquella alta sociedad en la que había querido penetrar. Arrojó sobre aquella rumorosa colmena una mirada que parecía sorber ya su miel y pronunció estas grandiosas palabras. "¡Ahora a vernos las caras!".
Y como primer acto del desafío que lanzaba a la sociedad, Rastignac se fue a cenar a casa de la señora de Nucingen.
Saché, septiembre de 1834."
3 comentarios:
Gran final, sí señor.
No me suena haber leído nada de este hombre. ¿Alguna recomendación?
De todos estos realísticos del XIX, el que más me gusta es Tolstoi.
Porque doy por hecho que Dostoyevski es otra cosa muy diferente.
Me encantó el párrafo! Jo, yo quiero escribir así.
Un final perfecto para una novela que es un tostón. Balzac escribió primero este párrafo y en vista de lo bien que le quedó decidió pegarle detrás una novela.
Pero no necesitáis leer toda la novela para llegar hasta aquí; ya estoy yo para dejaros la única gran perla de todo el asunto. Por cierto, Manuel, que este párrafo me recuerda algo a tu forma de escribir, o tiene algo de ti, no sé qué.
Señores; yo de Balzac leeré cuando tenga fuerzas "Las ilusiones perdidas". Del XIX insisto en Stendhal, que es el "dejado" con más gracia.
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