Todas las imágenes volaron. Hay días que se recuerdan con años de por medio, aunque el calendario diga que eso fue ayer, o antes de ayer. No sabemos si el ayer era el ayer de ayer o el ayer de otro año. Un ayer en todo caso lejano. Un día de un año remoto en el que las noches eran soleadas y tranquilas como una siesta. Noches de pleno día, de grillos a la sombra, con sábanas blancas colgadas de las ventanas, tapando los geranios. Las sábanas se movían con la brisa y quizá nos hacían señales que etcétera etcétera no había forma de descifrar (con esta paz y esta digestión y este vino no había forma de…), mientras intercambiamos palabras como otros juegan a las cartas.
En esa noche soleada y remota , o noches (pues ya no sé si fue una o más), una gitana vieja sacaba su organillo y ese era el momento de escapar. Pero no había forma de salir de allí. Como en aquella película de Buñuel. Una plaza vieja, una calle vieja, la misma plaza otra vez. Otra plaza, la misma plaza. Aparece y desaparece gente que nos acerca sus mejillas para saludar. Todos miran con los ojos muy abiertos, como si fuese de día. Son mujeres borrosas, amables, imposibles de identificar a los pocos segundos en una rueda de reconocimiento. Un desfile de chicas con minifalda y cochecito de bebé juegan a las carreras entre las mesas y sillas. Alguien, por lo bajo, me cuenta la historia del crítico joven (carne de canapé) que eructa como un cerdo, un día, en un baño. Son eructos atronadores, que hacen temblar los cimientos del meadero y del negociado cultural que ponía canapés a disposición del pueblo hambriento ese día. Me imagino al pobre crítico, bajito y ancho, liberando su frustración con el mundo y la vida a través de esos rugidos bestiales de coca-cola.
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Uno de mis amigos, que parece un perfecto monstruo de frankenstein a medias entre Hemingway y Scott Fitzgerald (en el buen sentido), se levanta y va por entre las mesas de puntillas, saludando y toreando a los camareros y a los borrachos, respectivamente. Lleva los brazos levantados como si fuese a colocar unas banderillas a alguien. Algunos le hacen la ola y dos o tres paralíticos se acercan a él esperanzados, pero se escabulle como un bailarín y aparece en lo alto de una mesa contando un chiste malo, muy malo, y todos se ríen y se revuelcan por los suelos de piedra caliente. Él también se ríe mucho y ya los ojos se le quedaron congelados en una risa infinita, y ni cuando lleva los párpados hinchados de bohemio con salud puede esconder esa carcajada contenida en la mirada. Y menos aún su prosa, que pisotea con sus tacones casi toda la caca periodística que leemos todos los días.
El otro amigo parece un Nietzsche joven y sin mostacho. La misma frente, los mismos ojos ocultos en una trinchera, que de vez en cuando salen a darse una vuelta, confiados y poéticos. Me lo imagino hundiendo en la arena, a golpe de mazo, poetillas decadentes y charlatanes pangeicos, todo por el bien de la literatura y de la vida en general. Pero más que con un martillo, filosofando o lo que sea, va por la vida con un cuaderno y una cámara pequeña de fotos copiando y captando ambientes de ciudades y pueblos. Después se queda a solas en su casa con esos fragmentos de palabras e imágenes, que une, mezcla y pega en un álbum de hojas amarillas (o en algún cuaderno que él sabrá), como si su objetivo fuese completar una colección de lugares y personas y paseos y vidas, o lo que sea. Parece que una conspiración oculta le lleva a los más insospechados rincones del planeta, disfrazado de persona sencilla que observa cosas sin importancia aparente, y las registra con la minuciosidad de un espía o un loco o un artista. O, por supuesto, de un combinación de los tres.
Para acabar la noche soleada nada como discutir sobre Chávez (el dictador maraca) con los que pasan. Es el etorno retorno de todas las conversaciones pueriles del borracho, que sabe que el bien mundial depende de su poder de elocuencia. Al final queda poco de ese ayer remoto que el tiempo irá reconstruyendo a sus anchas.
5 comentarios:
Qué bueno.
Habrá que repetir pronto...
Jajaja, grande, grande! Oye, pero el amigo ése raro que tienes eso no lo hizo, verdad? Lo de las banderillas y la mesa, digo! Lo dicho en el blog del Conde hace un momento: no hay que repetir, hay que reincidir.
Pero si lo escribí es por algo, y es que a veces no vemos las cosas hasta después de escribirlas. Decimos: Hombre, pues no me acordaba yo que había sido así.
Y si no te vale esta explicación te cito al poeta: "Todo lo imaginado responde a una verdad/ que si no es, será." (G. Celaya)
http://books.google.es/books?id=jgP5sXz4CAsC&pg=PA322&lpg=PA322&dq=Todo+lo+imaginado+responde+a+una+verdad+que+si+no+es,+será&source=bl&ots=mu-Z3LQnM4&sig=2QR2yN6422imxrx7Qe5GTya_JXg&hl=es&ei=IfyHSr-3JaGsjAfpsaiiCw&sa=X&oi=book_
¡SÍ, HAY QUE REINCIDIR!
Me pusiste a recordar Viridiana,
la obra maestra de Buñuel.
Y este relato, que leo como
alucinada, siguiendo a tus
personajes, extraños y seductores
a la vez, en esa noche soleada...
Un beso
BB
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