Aunque hace semanas que terminé de leer esta novelita de Felisberto Hernández no se me va de la cabeza. La empecé a leer en el autobús, seguí en la playa ese día por la tarde y la acabé por la noche en la cama. Es corta, la leí despacio, saboreando cada frase, esa sencillez. La novela es un retrato, poco más o menos. El retratado es el profesor de armonía del propio Felisberto, que fue pianista antes que escritor. Y como en todo retrato el retratado es también el que observa y saca la foto. Felisberto es un Proust que no escribe en los márgenes ni amplía sus subordinadas con incisos entre guiones. Un Proust que escribiera como Baroja. Merece un artículo este autor. Tengo ganas de escribir sobre lo poco que llevo leído de él (sólo los relatos de Nadie encendía las lámparas y ésta novela titulada "Por los tiempos de Clemente Colling"). Por ahora os dejo aquí este fragmento:
"Mi entusiasmo y mi manía de ir demasiado temprano a los espectáculos, nos colocó en la puerta de la sala mucho antes de que la abrieran. Después, apoyado en la baranda de la tertulia, empezaba a sentir ese silencio de sueño que se hace antes de los conciertos cuando falta mucho para empezar; cuando lo hacen mucho más profundo los primeros cuchicheos y el chasquido seco de las primeras butacas; cuando se espera oír y sin embargo es más lo que se ve que lo se oye; cuando el espíritu, sin saberlo, espera trabajando; cuando trabaja casi como en el sueño, dejando venir cosas, esperándolas y observándolas con una distracción infantil y profunda; cuando se pronto se hace esfuerzo para suponer lo que vendrá y se mira por centésima vez el programa; cuando se repasa la vida de uno y se aventuran ilusiones; cuando uno siente la angustia de no estar colocado en ningún lugar de este mundo y se jura colocarse en alguno; cuando uno sueña con llamar la atención de los demás algún día y siente cierta tristeza y rencor porque ahora no la llama; cuando se pone histérico y sueña un porvenir que le adormece la piel de la cabeza y le insensibiliza el pelo; y que jamás lo confesaría a nadie porque se ve a sí mismo demasiado bien y es el secreto más retenido del que tiene algún pudor; porque tal vez sea lo más profundo del sentido estético de la vida; porque cuando no se sabe de lo que se es capaz, tampoco se sabe si su sueño es vanidad u orgullo." [pág. 38-39, Por los tiempos de Clermente Colling, Felisberto Hernández]
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